La muerte de la voluntad ciudadana
Tristemente el 2020 será recordado como el año de las muertes. De acuerdo al Coronavirus Research Center de la John Hopkins University & Medicine, ya llevamos más de 700 mil fallecidos/as a nivel mundial. Entre los países con más decesos se encuentran Estados Unidos, Brasil y México, y como dice la coordinadora médica del equipo de la Casa Blanca, doctora Deborah Birx, el virus no da tregua y "está extraordinariamente propagado tanto en zonas rurales como urbanas" (CNN, 03/08/2020). Los rebrotes en Europa y Asia hacen temer que el número de defunciones se agrande aún más en humanos, y también en aspectos económicos, sociales y políticos, a largo plazo por desgracia.
Es lo que se viene viviendo en Chile y en la ciudad estas últimas semanas, la 'muerte de la política tradicional', o más bien, el 'fallecimiento de la voluntad ciudadana', aquélla que respetaba el voto popular y de alguna manera más o menos 'zurcía' (Zizek, 2003) a través de un 'parchado' pacto social (Rousseau, 1762), la relación entre la elite gobernante y los/as gobernados/as. Si hubiese sido así, el nuevo alcalde suplente de la ciudad sería, en este momento, Gonzalo Santolaya con la más alta votación (3.662) en 2016, y no el denominado 'hombre del consenso' como fue tildado el concejal del PR, Ignacio Pozo. La democracia representativa tradicional en los últimos tres procesos de esta misma forma de elección, favoreció a los/as candidatos que habían obtenido más votos en la última elección municipal: Daniel Adaro que sustituyó al fallecido Pedro Araya Ortíz en 2003; Gonzalo Dantagnan que reemplazó al destituido Adaro en 2008; y en 2012, Jaime Araya que relevó a la actual diputada Marcela Hernando tras su renuncia.
La elección del nuevo gabinete presidencial también tuvo una lógica parecida, se sacaron parlamentarios (Mario Desbordes, Jaime Bellolio, Andrés Allamand y Víctor Pérez) para parchar un gobierno en crisis interna y con escasa aprobación ciudadana desde el estallido social de 2019. Marcela Sabat, de Renovación Nacional y Claudio Alvarado, de la UDI, fueron designados por sus partidos para reemplazar a Allamand y Pérez en la cámara alta. En tanto que el reemplazo de Mario Desbordes fue Camilo Morán, por el cupo de Renovación Nacional, y por la UDI Nora Cuevas, alcaldesa de San Bernardo, llegó a la Cámara de Diputados/as.
Esta nueva 'postdemocracia' (Crouch, 2004), pensando que el sufijo 'post' siempre quiebra el pasado, tiene varios componentes curiosos y dignos de reprobar: (1) la lógica de la 'silla musical', que va introduciendo a la gobernanza, como 'una clausura operacional' (sistema cerrado), políticos que no fueron electos por votación popular y que escasamente están en la retina de la ciudadanía; (2) la presencia de 'volteretas políticas' al estilo Tomás González que implican inclusive prácticas de deslealtades ideológicas-políticas que van abriendo una brecha más profunda en los partidos oficialistas, el caso de Luis Aguilera y Félix Acori en la elección al reemplazo del sillón edilicio, y el desfile de parlamentarios/as de Chile Vamos que votaron a favor del 10% de las AFP; y (3) una gobernanza para los partidos políticos y no necesariamente con los partidos políticos que no favorece a la ciudadanía electora, quebrando así el pacto social necesario del que hablaba Jean Jacques Rousseau.
En el caso de la candidatura de reemplazo de la alcaldesa suspendida Karen Rojo y su 'telenovela turca' de situaciones judiciales, particularmente no tenía preferencias. Sin embargo, debo exponer mis profundas dudas nihilistas respecto a la elección del' hombre del consenso', que ya malamente me recuerda la época de los 90'. Creo que se requería un liderazgo más consolidado para quitar la sensación de acefalia en Antofagasta frente a esta tremenda crisis pandémica. Un rostro desconocido y sin mucho trabajo visible en terreno como el caso de Pozo Piña es la antítesis de un liderazgo que se requiere para limpiar la imagen de una cultura de corrupción en la Municipalidad de Antofagasta. Sin duda, salió electo por un acto legítimo e institucionalizado y puede que represente el principio de un liderazgo ético, habría que esperar… Aunque la política no está llena de buenas intenciones y no vaya a ser cosa que se peque de ingenuo como aseguró Daniel Adaro, y se lo terminen devorando los tiburones del poder fáctico, y la juventud se vista una vez más (como el caso del Frente Amplio) con el sayo de la vieja y mala política.