"La reactivación de los próximos meses es la última oportunidad del Presidente para acabar con la impopularidad"
Pandemia, proceso constituyente, el nuevo poder del Parlamento, la crisis, la oposición, Lavín, Jadue, el retiro del 10% y la violencia en La Araucanía. El académico entrega un análisis sobre los días que viven el país y los chilenos.
Aunque no estaba en los orígenes de las protestas de octubre de 2019, iniciar un proceso constituyente pronto desembocó en el acuerdo del mes siguiente, noviembre de 2019, cuando las fuerzas políticas firmaron un cronograma que comenzaría con el plebiscito de abril de 2020.
En su libro más reciente "Pensar el malestar" (Taurus, 2020), Carlos Peña -rector de la Universidad Diego Portales y académico cuyos puntos de vista animan el debate nacional en todos los ámbitos de la esfera pública- analizaba tanto la crisis de octubre como las posibilidades del debate constitucional.
Si en el llamado "estallido social" de octubre había algo de lo que, entre otras muchas consideraciones, Peña identifica como la "paradoja del bienestar" (la incomodidad o el malestar de las sociedades que se modernizan, que son, a pesar o más bien en razón de su mayor bienestar, más sensibles e impacientes ante la desigualdad), en el proceso constituyente está presente la paradoja del cambio constitucional: la necesidad de la mayor calma para hacer frente a la labor crucial que supone, convive con la inquietud o la turbulencia que la alimenta.
El libro de Peña se publicó en marzo de 2020, justo cuando comenzaba la crisis por la pandemia de coronavirus. Ella ha afectado en parte la paradoja del bienestar y ha puesto de relieve la paradoja del cambio constitucional.
Sobre estos temas amplios, incluyendo las virtudes políticas y el régimen político, además de hechos contingentes como el cambio de gabinete o la violencia en La Araucanía, conversa Carlos Peña.
-¿El coronavirus es simplemente un paréntesis en esa discusión constitucional o bien la altera de manera sustancial?, ¿podría volverla innecesaria?
-Creo que el debate constitucional, fuere cual fuere el resultado que se alcance en octubre, es inevitable y además necesario. Y ello porque los lazos que nos unen y que hacen que seamos parte de una misma comunidad, si bien no se han roto del todo, se han debilitado, han perdido legitimidad y necesitamos hacer el esfuerzo de reconstruirlos. Y no hay otra manera de hacer algo así en una sociedad moderna que mediante el esfuerzo reflexivo de todos. El debate constitucional es eso: un intento mediante la reflexión y el diálogo de revalidar los lazos que constituyen a la comunidad política. Pero si el coronavirus no altera esa necesidad, sí en cambio modifica las expectativas que se depositen en los resultados del debate: seremos más pobres y por eso, creo, las expectativas disminuirán, se harán por decirlo así más modestas. Ya nadie creerá, y nadie hará creer a nadie, que un nuevo texto constitucional incrementará por sí solo el bienestar disponible.
-Antes de la revuelta de octubre se daba por supuesto el bienestar para ampliarlo mediante redistribución. Pero las crisis sanitaria y económica nos pone frente a un rápido empobrecimiento. ¿Cómo cambia eso la agenda política?
-La política tiene, por decirlo así, estados espirituales. Cuando a la sociedad le va bien, la política se vuelve optimista y cree, por momentos, que el problema principal es la redistribución del bienestar disponible que, se piensa, sólo la cicatería o el egoísmo impiden que vaya a más manos. Por supuesto hay algo de verdad en eso, pero el problema es que en esos momentos esa verdad apenas parcial tiende a erigirse como la explicación única. El problema social se vuelve moral: somos ricos, se dice, pero estamos en manos de una élite ambiciosa. Se enciende entonces el fervor moral que fue lo que contagió a casi todos en octubre. La pobreza que la pandemia produce, el retroceso en las condiciones materiales de la vida para esos millones que apenas ayer habían salido de la pobreza, crea condiciones objetivas distintas para la política
"Lo que ha
habido ha sido un intento de gobierno de asamblea que
ha rozado el asambleísmo,
cuya versión caricaturesca
han sido las celebraciones luego de las votaciones
en que la derecha
y la izquierda
han coincidido".