"La literatura me golpeó tarde"
ANTOFAGASTINIDAD. Hugo Riquelme Becerra, escritor antofagastino.
Hugo Alfredo Riquelme Becerra nació en 1984 en Santiago, pero cuando tenía menos de un año, su familia se radicó en Antofagasta, donde creció bajo el sol nortino, el baño del océano y la rica tradición pampina.
A los ocho años tuvo su primer romance con la literatura (escribió una serie de comics para sus amigos donde todos ellos eran protagonistas), pero fue recién en 2015, con la publicación de su primera novela (Saga de un hombre solitario) que se decide por este camino.
Hace unos días, Riquelme se convirtió en uno de los ganadores del International Latino Book Awards 2020, en la categoría Best Novel Adventure & Drama, con "Un hombre sin nombre", la quinta obra que publica en su breve pero intensa carrera en las letras.
¿Cómo nace tu interés en la literatura y la novela en particular?
-A los 8 años escribía comics con mis amigos en la Villa Grandón, que también le dio nombre a la revista, y narraba aventuras con que pudiéramos sentirnos identificados. La literatura me golpeó tarde. No fui un buen lector desde niño y solo un cuento de H.P. Lovecraft me sacudió lo suficiente para motivarme a escribir en esa clave mis historias e intentar reproducir en otros lo que me produjo "El color que vino del espacio".
¿Qué emociones intentas lograr en tus lectores cuando escribes?
-No busco una emoción en particular, pero sí trato que el lector se sienta comprometido con la historia y con los personajes. Mi intención es hacerlo partícipe del mundo que le estoy presentando, por lo que trato de establecer lazos emocionales en lo que narro. El sentimiento varía dependiendo de la historia que quiera contar. En mi última novela "La ventana de Olduvai" la intención es que la gente se haga preguntas cada vez que voltee la vista al cielo.
¿Hay experiencias de vida en la creación de tus relatos o es todo fantasía?
-En mis primeras novelas había muchas experiencias personales o experiencias de cercanos. Utilizaba la realidad para contar historias. Con el paso de los años y el oficio que adquieres con cada novela escrita o publicada (que no es lo mismo) aprendí a lidiar con mis demonios a través de la ficción. En "Tres balas en la pampa" hablo de mi percepción acerca de la injusticia en un país que cambia para quedar igual; en "Un hombre sin nombre" (novela ganadora del ILBA 2020) hablo acerca de las cosas que una persona debe sacrificar para cumplir objetivos que no siempre son los que desea; y en "La ventana de Olduvai" hablo acerca de mi temor a que en el futuro, nunca dejemos de pensar como individuos y empecemos a pensar como especie.
¿De todos los personajes que has creado en tus relatos, hay alguno que te represente?
-Todos y a la vez ninguno. Sonará un poco cliché, pero uno siempre le entrega algún rasgo de personalidad propia a los personajes que crea. En mi caso, todos tienen parte de mi personalidad, aunque ninguno es 100% yo.
¿Qué reflexión te provoca el momento actual, de tanta incertidumbre y temor debido a la pandemia?
-Nos enfrentamos a algo que no podemos controlar y además, intentar hacerlo significa sacrificar el estilo de vida que tenemos. Vuelvo al punto anterior, la estamos enfrentando como individuo y eso solo asegura catástrofe. Cuando entendamos que esto llegó para quedarse y que nuestro estilo de vida cambió, podremos comportarnos como especie y salir adelante todos juntos. Hay que dejar el egoísmo de lado y comenzar a cuidarnos en serio, porque hoy por hoy, cuidarse es quererse.
¿Qué cambios consideras inevitables con todo lo que está sucediendo?
-La interacción entre personas cambió para siempre. Las mascarillas (al menos en invierno) llegaron para quedarse y tendremos que aprender a convivir con las cuarentenas. Somos seres adaptables (por eso estamos donde estamos) y nos tendremos que adaptar a esta nueva vida.
¿Qué conexión mantienes con Antofagasta y con el norte?
-Allá vive mi hija Antonia, a la que quiero mucho. Hablar por Whatsapp no es lo mismo cuando te das cuenta que te pierdes su adolescencia. También vive allá todo mi núcleo familiar. En Antofagasta están mis raíces, no importa lo lejos que me vaya (hoy vivo en Santiago), siempre seré antofagastino. La sal y el desierto estarán siempre en mis letras.
¿Cómo definirías al antofagastino, cuáles dirías son sus virtudes, y sus defectos?
-El antofagastino es un ser especial. Obstinado al perpetuar su vida en un ambiente hostil. El Desierto de Atacama es el más árido del mundo y sin embargo allá estamos, viviendo y construyendo una sociedad. Sus virtudes son a la vez sus defectos. Cuando llegué a Santiago la gente siempre me decía que el nortino era antipático y mezquino. No saben que esa personalidad es herencia de la pampa, del desierto y de su escasez. Es fácil ser generoso en un lugar donde lanzas el cuesco de una fruta y crece un árbol.
¿Dónde aspiras llegar?
-Intento consolidar mi carrera literaria en Chile. Considero que he crecido, pero estoy consiente que en este oficio nunca se deja de aprender. Debo seguir trabajando duro para que mis letras aporten a los lectores. Después de eso, espero internacionalizar mi carrera y hablar de la pampa a gente de todo el mundo.