Andrés Sabella y Juan López
El mar arrullaba la soledad. Juan López, semidesnudo con el sol por la piel, como un poderoso reptil, miraba hacia distancias hechas de fatiga. Sus cabellos goteaban sombríos y la cabeza era, entonces, la única flor, palpitante y valiosa, en aquel brazo del desierto. De tales proporciones era este hombre y levantaba recién una carpita de sacos de sol y veía alzarse hacia adelante el mar con sus rumores, teniendo en sus espaldas la lejanía de unas tierras poderosas y tercas, enrojecidas por la desolación.
El sol era un estremecimiento de oro. López respiraba la soledad de la tierra y el mar se le mostraba como un infinito espejo…
Era 1866. Hacía poco más de veinte años que había entregado su destino a la aventura. Hombre de azar, sus días formaban una huella desventurada y solitaria. Había vivido en un cauce de sed. Las piedras y el mar eran sus alas. La costa le iba identificando con sus cosas: una firmeza roqueña en el alma, una tonalidad lejanamente verde-azul entre los ojos. ¡Juan López equivalía ya a un latido de tantos elementos!
Era la última vez que intentaba buscar la raíz de la fortuna. ¿Dónde encontrarla? ¿En qué mapa hallar su indicio deslumbrante? López lo ignoraba todo. Sólo una secreta iluminación ardía e el fondo de sus deseos, comparables a una legión de verdugos. Era el repaso de su historia. La tarde se esfumó a lo lejos. Juan juntaba a su cansancio los muchos kilómetros de su pasado.
López sintió un ruido potentísimo. Luego mil. No era el viento que echaba a morir todas sus hélices. No. Era un rumor desconocido. ¿Un rumor de martillo? Y se mezclaba a otros. ¿Bocinas? Quizás…Su sangre se erigía en tiempo y un día prolongaría sus fatigas en calles y seres. López presentía que una sombra gigantesca nacía, una presencia que se negaba a reconocer. El ruido vencía el mar y parecía aproximar los cerros.
Juan se puso de pie. Su carpita temblaba. En maravillosa perspectiva, una mole monumental de luces brillaba a la distancia. Juan entendía. Él era el germen de algo. ¿Una ciudad? Había sido una premonición, pero, él nunca lo sabría: había nacido Antofagasta…. ¡Y Juan López es su padre!
Andrés Sabella, extracto de "Fundación de Antofagasta"