La chilenidad vista y vivida por Andrés Sabella
"Sabella recorrió nuestro país de punta a punta, literalmente, desde Arica hasta Punta Arenas. Principalmente como expositor". José Antonio González Pizarro, Académico Facultad de Derecho UCN
En estas festividades patrias, por lo común, el /la chileno/a suele hacerse la pregunta en torno a la identidad nacional. Comienza por las cosas sencillas-si la gastronomía típica o la cueca o la zamacueca puede considerarse el baile nacional, más allá de normas legales- hasta adentrarse en lo ontológico- irse "a la profunda"- que somos. Y acá nos enredamos al describir lo que somos- o como quisiéramos que nos consideraran- pues nos inscribimos en una tipología- analizada por Jorge Larraín en Identidad chilena- que oscila desde lo popular a lo elitista, de lo esencialista a lo militar, etc. Al calor de un buen trago, una empanada y un choripán, le "echamos" y nos vamos desde lo humano hasta lo divino, repasando esa taxonomía que, nos acerca a lo latinoamericano o bien, nos envuelve en la singularidad.
Nuestro antofagastino de "carta cabal"-como diría- Andrés Sabella, incursionó innumerables veces sobre la chilenidad, la identidad nacional y los estereotipos sociales.
Sabella recorrió nuestro país de punta a punta, literalmente, desde Arica hasta Punta Arenas. Principalmente como expositor de las famosas Escuelas de Temporadas que organizaban las universidades en las décadas de 1950 y 1960. Abiertas a todo público, hubo cercanía entre la sociedad y las elites académicas. En ellas, Sabella se deleitó bocetando las diversas relaciones entre los rincones de nuestro país y sus gentes, naturalmente acudiendo a la literatura y a la historia, a las bellas artes y los viajeros que habían dejado estampas de su estada en nuestro país.
Su aproximación a la identidad nacional fue plural, pues reconoció, por ejemplo en Mariano Latorre, la exaltación del paisaje rural, el huaso, el maulino y todo el bagaje idiosincrático que reposó en la hacienda y en el inquilino. Esa fue la imagen colonial y del denominado "Chile profundo" de los valles centrales. Empero, rescató para esa identidad, que era un rompecabezas, el espacio nortino, feroz, despojado de todo verdor, donde se aclimató el pampino, el obrero salitrero. En este puñado de hombres y mujeres, habitando el Norte Grande- las regiones hermanas de Tarapacá y Antofagasta- las que se integraron, por la guerra del Pacífico, más tardíamente al cuerpo físico del país, representó la imagen moderna, del país industrial y sus conflictos sociales. Este Chile nortino, era el rebelde, el belicoso, el indomable, en sus luchas, frente al Chile rural, sumiso, sometido, apaciguado.
Su amor por Chile lo condujo a pesquisar la construcción social de su identidad, pero a la vez, hallar una sinonimia con las naciones latinoamericanas en cuanto al sacrificio de sus clases pobres. Es desde esta mirada que buscó difundir un sentido de la identidad nacional apoyado en los sectores populares y realzar las fechas más caras asociadas con el "roto" y su gastronomía. Acostumbró cada día 20 de enero invitar a sus íntimos a degustar un buen plato de porotos, fideos y tocino regado con "buen tinto", para celebrar el "Día del Roto Chileno". Evocamos esas veladas que no dejó de festejar.
A instancias del rector de la Universidad de Chile, Juvenal Hernández Jaque, organizó con Roberto Montandón- de quien se ha exhibido últimamente su rico registro fotográfico- el Vagón Cultural de la Universidad de Chile con destino al Norte, en septiembre de 1951. En uno de sus viajes por la pampa, pudo escribir:
"Y tratamos de enseñar a Chile. Pero entendámonos: al Chile de los chilenos que no poseen precio ni suciedad interior, sino que al del pueblo, al de los rotos de epopeya y poetas de alcurnia. Vivimos la embriaguez de una chilenidad aposentada en poesía y no en chauvinismos de estúpidos feriantes y demagogos. Creo que el Norte nos comprendió en demasía: las vibraciones cordiales no escasearon jamás en torno nuestro, y si la voz es una semilla, ¡que nuestra voz de obreros del pensamiento fructifique, día a día, allá, en ímpetus de un Chile liberado de imperialismos y guerreantes, en ímpetus de una patria nuestra [énfasis original], entrañable, perdurable y creadora!".
Sabella anotó e interpeló la realidad sociocultural que vivenció, confrontándola con el "resto" de visiones e interpretaciones consignadas. Las "otras" perspectivas que él conoció. Fue un escritor que frecuentó variados ambientes: desde los espacios de la intelectualidad mesocrática hasta las instancias de sociabilidad populares. En todas estas vivencias sopesó determinados rasgos de lo que debería encarnar al sujeto social chileno. Fue una búsqueda en pos de la identidad psicosocial nacional. Esta la concretó, en el pueblo-pueblo, como gustaba acotar, simbolizado en el "roto". Este sujeto es el que traspasa las épocas históricas. Se introdujo, entonces, en las condiciones de su existencia. Estas las encontró diseminadas a lo largo del territorio, en sus costumbres, su historia. Son los factores que dieron forma, concreción real, existencia histórica, al "roto" como constructor cotidiano del país. Empero, el autor de Norte Grande, reparó que en la formación dinámica de este sujeto social, se percibe con claridad los aportes -y diferencias respecto a él- entre el Estado y la Nación. El "roto" anida en la nación, es el perfil humano sobresaliente, metamorfoseado en los variados tipos humanos de nuestra geografía, del grupo social que habita el territorio. En el Estado no siempre se le soporta, apostilla en una de sus conferencias de la década de 1960.
Empero, la imagen del "roto" movió también a debates. Dónde insertar su figura: en la identidad esencialista, en la identidad racial- militar? Dos libros habían avanzado en su deconstrucción: el clásico de Joaquín Edwards Bello El Roto, publicado en Santiago, en 1920 Nueve años después, Roberto Hernández escribe en Valparaíso El Roto Chileno, que ha sido situada en la versión militar-racial de la identidad chilena.
Sin embargo, Sabella optó por otra vía, para asociar al "roto" con la chilenidad. Encontró en Carlos Pezoa Veliz "el intérprete del hombre chileno". Esto en razón de su fundamental libro Alma Chilena, en cuyos poemas desfilan "los príncipes del despojo": jornaleros, mercachifles, rateros, pacos, jueces de turno, vecinos, sin excluir mujeres de estirpe menor, como "Teodorinda", empleadas de correo, criadas, viejas. De su poema "Alma Chilena" salta la expresión preciosa: "rotos de alto rango".
Para nuestro autor, se debía beber de la historia, sin importar el cántaro que fuese a sus fuentes, fuesen de la corriente conservadora o de la marxista, pues en ellas, había rastros, huellas de un pasado que pudiese simbolizar o bien aportar una figura, una idea, un episodio que conformó nuestro imaginario social. Para Sabella, la chilenidad debía auscultar lo más profundo de nuestra alma popular, para sacar a luz los valores que teníamos presente en el brindis o en la cueca de nuestra hermandad. Trazó dos ejes para el examen de la chilenidad: una virtud, la de la justicia, envuelta en el valor de la igualdad; y un sujeto social, la concreción real de esa búsqueda en el tiempo, el roto.
El valor está arraigado en el espíritu nacional, desde los mapuches hasta el presente: es el sentido y búsqueda de la igualdad social en la historia y en la literatura. Esto lo abordó desde una filosofía de la historia, que toma de Hegel el despliegue del espíritu -las ideas-fuerza de las libertades personal y política, la igualdad, la lucha contra la opresión, el antiimperialismo-y lo observa vinculado con el devenir de la historia y las situaciones de la sociedad de entonces, rodeando sus acotaciones con pinceladas de metáforas líricas. Y dentro de este cúmulo de ideas, tiene relevancia El cagüín como sustento de la sociabilidad popular. El caguín, apoyándose en Pineda y Bascuñán, es una grande fiesta donde el pueblo se reúne a festejar, exhibiendo parte de nuestro modo de ser.
El otro eje, lo señaló en el Roto chileno, arquetipo nacional, el símbolo cotidiano. Para concluir en el roto, ahondó sobre el mestizaje, entre el español y el araucano. Para él, si del español provino el austero y el riesgoso, desde el siglo XVI; del araucano se heredó la buena memoria, el ser orador o llano de lenguaje, memorioso y buen soldado. Todo ello insufló a nuestro ser y se proyectó en el sur y en el norte. El "roto" como categoría social, vinculado al pueblo vital, puntualiza Sabella, engloba a todos. En sus pesquisas, empieza a detectar las señas del símbolo social nacional, en cualidades diferenciales con otros tipos sociales.
Concluyamos estas líneas, develando lo que Sabella distinguió en el "ser" chileno, por medio de cinco formas de ser:
1. La talla, pues el "roto" es un relámpago mental, "va de tallero". El garabato proferido por el roto es "una talla filosa más agria y dura". El "roto" a través de la talla rompe convenciones, se introduce en todos los ambientes: presidenciales, diplomáticos y parlamentarios. El piropo es una "talla con alas".
2. El chiste, todo se altera por una intervención jocosa.
3. El apodo lo pondera Sabella desde la injerencia del "coa" en el habla coloquial ("El archivado": preso; "El brunero": paciente, etc.) o desde la exageración "animalista" del entorno: "no seai vaca", la "cabra", el "gallina", "zorzalear", "gallo", donde nadie queda intocable para el pueblo: "El pico de oro" (era conocido Isidoro Errázuriz por el pueblo), "El León de Tarapacá" (Arturo Alessandri Palma, aunque hubo 3 leones en nuestra historia: un militar, un senador y un Presidente).
4. El panudo, donde se conjuga los ñeques, o sea la fuerza, y la pana, el coraje. Son demostraciones del "ánimo viril que se observa en todo el espectro social de la rotada". La "rotada" es una cualidad para Sabella. El "siútico" prefiere ser crucificado a ser llamado "roto".
5. La muerte. El término del ciclo vital permite sopesar el sentido transitorio de la vida. La evocación -expresada en "las ánimas"- no logra aplacar lo trágico-cómico de la existencia: "La vida es una payasada", porque "Pa' morir nacimos". Al final, apostilla Sabella, nos colocan "El pijama de madera" y nos llevan "P'al patio 'e los callaos".
Una mirada que nos sirve para meditar cuánto de lo aseverado hemos perdido en nuestro andar, cuando hemos re-semantizado nuestra estructura social, o, peor aún, cuando lo negamos en nuestro modo de ser postmoderno.