La captura del Húascar, la muerte de Miguel Grau y glorias para J.J. Latorre
HISTORIA. Con este hecho, Chile gana la batalla del mar y emprende las acciones por tierra en la provincia de Tarapacá.
Rodrigo Castillo Cameron, Los Viejos Estandartes Antofagasta
Este 8 de octubre de 2020 se cumplen 141 años del Combate Naval de Angamos ocurrido en las cercanías de Mejillones, a la altura de Punta Tames, ubicada a 51 kms. de Mejillones, lugar donde se cubre de gloria la Escuadra nacional por la tan anhelada captura del Huáscar, buque peruano que era comandado por don Miguel Grau Seminario.
Aquel día miércoles 8 de octubre de 1879, las acciones comenzaron cerca de las 03:30 hrs en Punta Tetas distante a 25 kms. de la costa de la ciudad de Antofagasta, en aquella ensenada se encontraban fondeados los buques enemigos Huáscar y La Unión. Normalmente visitaban ese lugar debido a que estaba la aguada de Cerro Moreno, conocida por ser el lugar de donde se abastecía de agua para sus faenas mineras Juan "Chango" López en los inicios de Antofagasta o Peña Blanca como él la llamaba.
A esa hora navegaba el Blanco Encalada, seguido por la Covadonga y el Matías Cousiño, desde Mejillones hacia Antofagasta pegados a la costa con el fin de patrullar debido a algunos telegramas que avisaban que el Huáscar había sido visto días antes a la altura de Coquimbo.
La noche era clara, a pesar de las nubes que cubrían el cielo, cuando llegan a la altura de Punta Tetas se divisa un humo espeso que se elevaba verticalmente y proveniente al parecer de un vapor que se aguantaba frente a Antofagasta. El Blanco Encalada navegaba en este instante 4 o 5 millas del humo avistado, hacia el cual se dirigió inmediatamente, y antes de 10 minutos el buque desconocido, que sin duda apercibió las tres columnas de humo que los nuestros despedían, empezó a huir al suroeste, indicando así que era el Huáscar.
Comienza la caza del tan buscado Huáscar que lograba huir y dejar atrás a su compañero La Unión, la otra mitad de la escuadra chilena se encontraba mar adentro frente a Mejillones, Cochrane, Loa y O'Higgins.
La victoria era solo cuestión de una buena maniobra para obligar a las naves peruanas a dirigirse sobre la segunda división chilena, resultado que se consiguió fácilmente: se disminuyó el andar de la maquina a siete u ocho millas por hora, se gobernó en persecución de la Unión y se permitió al Huáscar ganar sin trabajo camino al oeste, que luego cambio al noroeste y al norte una vez que vio abierta la senda habitual de sus arrancadas hacia Iquique, Pisagua y Arica. A las 6:30 ambas naves enemigas, el monitor a la cabeza y por su popa la corbeta, hacían camino al norte seguidos a cinco o seis millas de distancia por el Blanco Encalada, que esta vez dio toda fuerza a sus máquinas, y por la pequeña Covadonga que no pudiendo llevar el andar de su compañero, comenzó a perder camino sensiblemente.
Por fin a las 7:30 avistó al noroeste algo que parecía ser el humo de un vapor perdido en el horizonte y un ¡hurra! general respondió al aviso del vigía; un cuarto de hora más tarde el descubrimiento de un nuevo humo vino a aumentar el entusiasmo, y diez minutos después un tercero no dejó lugar a duda sobre la presencia de las naves chilenas. Pronto se conoció al Cochrane que lanzado a toda máquina, en dirección diagonal al camino del Huáscar, marchaba a cortarle la retirada; en tanto que la O'Higgins, algo más distante, hacia un rumbo más oblicuo aún, y el Loa, se dirigía al sureste a cerrar el espacio vacío entre los dos blindados.
Sobre un fondo formado por los elevados y fantásticos cerros de Punta Angamos y las playas lejanas de Chacaya, se deslizaban rápidamente las siluetas de los buques peruanos tratando de escapar a costa de sus máquinas del círculo de bocas de fuego formado por las naves chilenas; éstas, viniendo del noroeste, oeste y sur, estrechaban por momentos la distancia a los enemigos, y sobre todo aquello un cielo azul sereno y un sol espléndido cuyos rayos caían sobre las aguas tranquilas de Mejillones no agitadas por la más leve brisa.
Primeros disparos
Por fin a las 9:25 a.m., principió la acción con dos disparos consecutivos hechos por el Huáscar con sus cañones de cubierta sobre el Cochrane, el Blanco estaba a poco más de cuatro millas, pero gracias a las viradas que éste hacía para disparar sus cañones, esta distancia disminuía por momentos y pronto la acción se hacía general.
El Cochrane sin responder a los primeros tiros enemigos, continuó acortando distancia y pronto los dos cañones de la torre del monitor secundaron con otros dos disparos los tiros
hechos por los más pequeños de cubierta; la última de estas balas dio en el agua a pocos metros de la proa del Cochrane, pasó de rebote el blindaje de la roda a medio metro sobre la línea de agua, destruyó la cocina y chocando en un macizo del cielo de entrepuente, cayó al suelo fría e inofensiva. El blindado chileno rompió sus fuegos momentos después con dos disparos bien dirigidos, pero un poco altos, y desde ese momento el cambio de balas fue mutuo entre ambos contendientes.
El cuarto tiro del Cochrane introdujo una granada bajo el castillo del monitor y ahí hizo explosión, volándolo en pedazos; poco después una del Huáscar chocó contra el blindaje de la batería a estribor del blindado, removió un poco la plancha de hierro y dejó en su superficie una huella pequeña del diámetro del proyectil.
La distancia, entre tanto, había disminuido notablemente, y pronto el Cochrane cortó la línea del buque enemigo, pero a popa de éste, pues no alcanzó a cerrarle el camino del norte.
En el Huáscar él teniente Pedro M. Rodríguez sacaba la cabeza por la tronera de la torre para apuntar el cañón de la izquierda y un proyectil de uno de los blindados pasó tangente al cielo de dicha torre volando la cabeza de Rodríguez, cuyo cuerpo cayó inerte al interior.
Es así como el Cochrane recibió sus tres balazos, cómo el Huáscar perdió al comandante y tres oficiales y cómo quedó sin gobierno, pero con su máquina intacta y un cañón todavía en uso.
El doctor Távara y el sargento mayor Ugarteche fueron heridos en la cámara de oficiales por una de las granadas que penetró por la popa. El capitán Bustamante, dos aspirantes y otros oficiales lo fueron levemente cumpliendo su deber, en diferentes localidades del buque. Muertos ya los tres jefes del buque y puestos fuera de combate otros tantos oficiales, recayó el mando en el teniente primero don Pedro Garezon, quien lo mantuvo hasta el último momento.
La rendición
A las 10:25 AM, justamente una hora después de empezado el combate, arrió el Huáscar su bandera y acto continuo se tocó a nuestros buques a suspender los fuegos, sustituyendo las hurras de la tripulación a los disparos de la artillería.
La ilusión, sin embargo, no fue duradera, pues el monitor no detuvo su marcha un momento, y antes de mucho, un nuevo pabellón flameaba al tope de su palo mayor, lo cierto es que aquello no fue una rendición, y para probarlo un nuevo disparo del Huáscar dirigido al Blanco, vino a afianzar el pabellón retando a sus enemigos a un duelo a muerte.
El Blanco y el Cochrane repitieron entonces sus disparos, tratando al mismo tiempo de hacer uso de los espolones; más, el humo de sus propios cañonazos impedía a los comandantes de los buques chilenos ver el buque enemigo, precisamente en los momentos de más necesidad.
Nuestros disparos de artillería eran, entre tanto, cada vez más continuos y tan certeros, que cada proyectil lanzado era una nueva granada que estallaba en el buque enemigo; el castillo, la torre del comandante, la chimenea de la máquina, la toldilla y los cubichetes eran otros tantos objetos destrozados y perforados en tres o cuatro puntos diversos.
Cuando el Blanco trató por tercera vez de espolonear al ya mal parado, pero siempre animoso buque enemigo, éste pasó al costado del blindado a veinte o veinticinco metros de distancia; los tres cañones de la batería cargados con carga máxima y apuntados a depresión, hicieron fuego sucesivamente; recibió el Huáscar tres proyectiles más a flor de agua, y estallando las granadas dentro del buque, sembraron de cadáveres el entrepuente y se declaró el incendio en el interior.
La desmoralización empezó entonces a cundir en la tripulación peruana; toda esperanza de salvación se extinguió en el ánimo de sus tripulantes; las indicaciones de arriar la bandera empezaron a ser continuas, y algunos se dirigieron a cubierta con ánimo de rendir, el buque. Pero, al pie de la driza el teniente Garezon, que durante todo el combate se manejó como un bravo, impedía, revólver en mano, la ejecución de ese acto, prometiendo hundir el buque antes que entregarlo en manos enemigas.
El teniente Garezon abandonó la cubierta para hacer abrir las válvulas de la máquina, y la bandera fue inmediatamente arriada del tope, la hélice siguió girando y el buque huyendo a toda velocidad, por lo cual después de un corto intervalo de espera, las naves chilenas volvieron a romper sus fuegos sobre el Huáscar.
Se vio entonces claramente salir por las escotillas y portas de la torre varios marineros y soldados que se arrojaron al agua no pudiendo resistir aquella lluvia de proyectiles. Instantes
después cesó el buque de huir y los nuestros de disparar, y sobre la cubierta del Huáscar se vio aparecer una veintena de individuos que agitaban sus pañuelos en señal de rendición.
Cuando el monitor peruano arriaba su bandera, la Covadonga, que a pesar de haber largado velas para aumentar su andar no pudo llegar antes a tiro de cañón, hizo un disparo que debió ser el primero y el único que lanzara en el combate. El tiro final fue hecho por el Blanco a las 10:55, en el momento mismo en que paraba el Huáscar su máquina y justamente hora y media después de su comienzo y una hora después de haber perecido noblemente su comandante, el contra-almirante Grau. Trasladados a los blindados y a la Covadonga los heridos y prisioneros peruanos, el Huáscar, tripulado por un medio ciento de chilenos, avanzó lentamente a Mejillones custodiado por el Matías Cousiño el mismo buquecito que tantas veces estuvo a punto de ser víctima del monitor peruano.