La Encíclica de Francisco "Fratelli Tutti"
"El lenguaje bíblico es rotundo, no meloso, sin medias tintas, políticamente incorrecto diríamos, pues es Dios quien habla. Y más todavía si asumimos la inerrancia bíblica. El Papa, lo hemos visto, en situaciones cotidianas controvertidas, no es una persona meliflua: es directo". José Antonio González Pizarro, Académico de la Universidad Católica del Norte
El Papa Francisco durante su pontificado nos ha sorprendido con su claridad en el diagnóstico que, porfiadamente seguimos negando o deliberadamente no lo asumimos, en lo que se refiere en la necesidad de cuidar la casa común, cuestionando la depredación del hombre sobre la naturaleza y peor aun no cuidando el espacio necesario para alimentar a los que ya, a estas alturas, parecen los "condenados de la tierra", por usar un conocido título de Frantz Fanon, que después de ser descolonizado, sea en África o en Asia, no tienen los recursos mínimos para subsistir: "Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites"(pár.18)
El lenguaje bíblico es rotundo, no meloso, sin medias tintas, políticamente incorrecto diríamos, pues es Dios quien habla. Y más todavía si asumimos la inerrancia bíblica. El Papa, lo hemos visto, en situaciones cotidianas controvertidas, no es una persona meliflua: es directo. Ahora, con su última encíclica social Fratelli Tutti, nos entrega su meditación, comenzada antes de la pandemia del Covid-19, para abrir la ventana de nuestro confinamiento y mirar hacia el cielo con otros ojos. Un nuevo cielo para una nueva tierra. Nos refiere cómo la humanidad de un dos por tres, ha deshecho, en la realidad, todo lo construido, sea en pos de la integración continental, la colaboración de los países, la cooperación de los organismos internacionales. Ante la incertidumbre, la amenaza invisible y los enemigos que vamos "seleccionando" para estructurar mejor la cohesión detrás de ideologías, vuelven los viejos fantasmas y se refuerza las posiciones de privilegios. Escribe en el parágrafo 13:
"Se alienta también una pérdida del sentido de la historia que disgrega todavía más. Se advierte la penetración cultural de una especie de "deconstruccionismo", donde la libertad humana pretende construirlo todo desde cero. Deja en pie únicamente la necesidad de consumir sin límites y la acentuación de muchas formas de individualismo sin contenidos". Y prosigue con algo que, nos afecta más directamente, " Para esto necesitan jóvenes que DESPRECIEN LA HISTORIA, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido» (Destacados míos).
El desdén respecto a las opiniones ajenas, ridiculizar costumbres de otros lo conduce a rescatar la memorable homilía del Cardenal Raúl Silva Henríquez, de septiembre de 1974: «los pueblos que enajenan su tradición, y por manía imitativa, violencia impositiva, imperdonable negligencia o apatía, toleran que se les arrebate el alma, pierden, junto con su fisonomía espiritual, su consistencia moral y, finalmente, su independencia ideológica, económica y política». ¡Qué lección!
La política ha quedado reducido a marketing, sin discusión de altura, sin contraponer ideas y proyectos, planteamientos de largo aliento que despierten la esperanza y el sentido de un proyecto colectivo, aun en la disidencia interna, que augure la construcción de un mejor bienestar social, alejado de dogmas de cualquier signo, lejos de fundamentalismos, que han derramado mucha sangre y lágrimas en los últimos cincuenta años. Leemos: "Un proyecto con grandes objetivos para el desarrollo de toda la humanidad hoy suena a delirio. Aumentan las distancias entre nosotros, y la marcha dura y lenta hacia un mundo unido y más justo sufre un nuevo y drástico retroceso" (par.16).
El drama que se comienza a dibujar, a palpar en nuestra cercanía, nos debe hacer reaccionar de modo racional y prudente, como aconsejaba la ancestral sabiduría occidental. En el "descarte" que habla Francisco, podemos reconocer lacras que viven en nuestros pensamientos y conciencias:
"Este descarte se expresa de múltiples maneras, como en la obsesión por reducir los costos laborales, que no advierte las graves consecuencias que esto ocasiona, porque el desempleo que se produce tiene como efecto directo expandir las fronteras de la pobreza. El descarte, además, asume formas miserables que creíamos superadas, como el racismo, que se esconde y reaparece una y otra vez. Las expresiones de racismo vuelven a avergonzarnos demostrando así que los supuestos avances de la sociedad no son tan reales ni están asegurados para siempre" (par.20).
El Papa nos advierte en este rosario que duele, que los derechos humanos no son tan universales como creíamos. Las redes criminales, la esclavitud moderna, con la trata de personas, las persecuciones raciales y religiosas, los atentados, las guerras. Lo que para algunos es estabilidad para otros no lo es, la falsa seguridad internacional, la impotencia para detener los conflictos, refuerza la conveniencia de los poderosos: "Lo que es verdad cuando conviene a un poderoso deja de serlo cuando ya no le beneficia" (par.25). Nuevas murallas y miedos ancestrales, han vuelto a observarse. Al gran avance de la ciencia, la tecnología, la medicina, se opone la falta de ética y justicia. Lo constatamos cuando la adquisición de los medicamentos y los ventiladores mecánicos para luchar contra el COVID-19 son considerados como información sensible, de seguridad nacional. Cuando los países entran en competencia- por orgullo nacional, por la patente o por el mercado- en la producción de vacunas, asegurando para ellos y su entorno más afín, el suministro, resurge la mezquindad, el celo provinciano.
Debemos, nos dice el Papa Francisco, preocuparnos del uso de la tecnología, cuando se convierte en agresión hacia la intimidad de la persona. Todo se vuelve espectáculo. La comunicación digital amplifica, en la apariencia de una comunidad, el individualismo. El ecumenismo de Francisco interpela, en su modestia, acogiendo las voces de Imanes del Islam como de Patriarcas de la Iglesia Ortodoxa. Y nos recuerda la máxima del sabio Hillel- del saber judío- a no hacer a los otros lo que no quieres que te hagan.
Pero, Francisco arremete hacia otro ámbito de confortabilidad. En el capítulo invita a "pensar y gestar un mundo abierto". Los denominados "exiliados ocultos", señala, son las personas con discapacidad en nuestra sociedad (Par.98). La crítica a la globalización, como un sendero unidimensional, vuelve a reiterarse. Recoge lo que el laicismo del siglo XVIII, aportó con la divisa de la revolución francesa, libertad, igualdad y fraternidad, poniendo el acento en la última, la pedagogía de la fraternidad (par.104). A partir del parágrafo 108, "Reproponer la función social de la propiedad", recoge la fortaleza de la teología moral de los primeros tiempos que cuestionaban el derecho de propiedad ilimitado, sin frenos, para sentenciar: "El derecho a la propiedad privada sólo puede ser considerado como un derecho natural secundario y derivado del principio del destino universal de los bienes creados, y esto tiene consecuencias muy concretas que deben reflejarse en el funcionamiento de la sociedad" (par.120). Plantea una nueva red de las relaciones internacionales, poniendo en el centro el derechos de los pueblos (p.124 y ss)- ¡caramba, se nos había olvidado tales expresiones, ante tanta superficialidad de la eficiencia y el rendimiento!- para introducirnos en el capítulo IV dedicado a la inmigración, la ciudadanía de los nuevos, el intercambio entre Occidente y Oriente, la convivencia entre lo global y el sabor local, el cuidado regional hasta el espíritu "vecindario" y un "nosotros" barrial (p.124). Ha habido un sentido de justicia y solidaridad, que lo hemos vivido en Antofagasta. Pero, no basta lo circunstancial, nos advierte Francisco. Esto, casi al igual que la pandemia, debe llegar para quedarse en nuestras convicciones y en los corazones. El capítulo V "La mejor política", debería ser leído por moros y cristianos, creyentes y ateos, escépticos y gente de buena voluntad. La crítica al inmediatismo, al populismo, etc. cuando el gran tema es el trabajo (p.162) Y las palabras a fuego candente: "El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal. Se trata de un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico "derrame" o "goteo" -sin nombrarlo- como único camino para resolver los problemas sociales" (p.168). El capítulo VI "Diálogo y amistad social", debería servirnos para encuadrar nuestro debate institucional, para procurarnos la nueva casa de la convivencia política y social. Y el capítulo VII "Camino de reencuentro" sería necesario una lectura para la iglesia toda, con tantas heridas abiertas sin suturar. Complementado con el último capítulo dedicado a las religiones.
Y finalmente, la admonición fraternal:
"Pero olvidamos rápidamente las lecciones de la historia, «maestra de vida». Pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta. Ojalá que al final ya no estén "los otros", sino sólo un "nosotros". Ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado"(Par.35).
Como todos los escritos y ademanes del Papa Francisco, no dejarán contentos a todos. Y eso es lo interesante, que nos deje con desasosiego y busquemos las razones por que nos molestaron sus palabras.