Cambio en la jefatura regional
Es probable que el año en el cargo de Édgar Blanco sea el más intenso que ha tenido un intendente local. La nueva autoridad tendrá poco para ejecutar, pero algo para delinear. Los dos fenómenos más gruesos: la crisis social y la pandemia obligan a mantener mucha atención; por lo demás, la magnitud de ambos fenómenos se une en la expresión de un modelo local que está cuestionado
Casi 15 meses duró la administración de Edgar Blanco Rand en el Gobierno Regional de Antofagasta. El ingeniero debió enfrentar los dos fenómenos más complejos de la historia del país en casi 50 años: el estallido social y la pandemia, situaciones advertidas por expertos, pero inimaginables en su magnitud.
Debe reconocerse el compromiso y entrega de Blanco en la función de su mandato. No puede desconocerse que se entregó por completo, pese a las adversidades y dificultades de un gobierno confundido desde el nivel central y con cada vez menos crédito ciudadano. Nada fue sencillo ni gratuito para el profesional, quien tampoco contó con tiempo para el acomodo.
No sabemos si el próximo jefe regional será el último que tendremos, considerando que pronto esta figura será reemplazada por la del gobernador regional, que será elegido en abril. Ojalá lo sea. Si por estadística se analiza la ecuación, debe decirse que este modelo ha sido nefasto para esta región. Son casi diez las autoridades que han pasado en igual número de años, lo que implica que resulta muy difícil de proyectar en el largo plazo proyectos de desarrollo, considerando los matices que cada administración ha pretendido imprimir para bien o mal.
Ahora, cuando nos apremian la pandemia y la crisis social, fenómenos amplificados por las precariedades el territorio, aún cuando los logros obtenidos en los últimos años son también evidentes, debe decirse que la salida de Blanco no es para alegrarse.
Es de esperar que el nuevo intendente entienda los enormes desafíos inmediatos, como la falta de viviendas, la carencia de espacios públicos y la falta de un relato que aglutine a quienes aquí vivimos.
Hay muchos más, por cierto, pero lo más grave es que el hacinamiento derivado del déficit de casas y departamentos, la pobreza acumulada/ arrojada hacia los cerros, cierta hostilidad de muchos espacios de nuestras ciudades amplificaron la violencia del estallido y agudizaron la cantidad de contagiados por coronavirus en estos meses. Se trata de una expresión terrible, pero concreta que debe observarse y ante lo cual pueden sentarse algunas bases desde hoy.