Patrimonio de la región
La afrenta hecha en la casa del doctor Antonio Rendic es una muestra más de la torpeza con que demasiados actúan. Es legal, pero inmoral y estúpido. Las sociedades tienen alma, aspiraciones y sueños que sobrepasan lo estrictamente utilitario y eficiente. Hay cuestiones que parecen más sagradas, pero las entendemos poco y las valoramos menos.
Muchas veces hemos expresado que la principal riqueza de nuestra región, y en rigor, de cualquier territorio, son sus personas. Son ellas las que hacen la diferencia, las que crean, desarrollan, transforman, ejecutan. Solo eso puede explicar que algunas comunidades alcancen mejores situaciones de bienestar, a pesar de tener peores condiciones naturales que otras.
Cuando nos referimos a las personas, entendemos que son las conversaciones y coordinaciones que estas desarrollan, las transformaciones que gatillan, las prácticas y legado que dejan. Somos lo que somos, en gran parte, por lo obrado por aquellos que estuvieron antes, marcando pautas y superando dificultades mucho más complejas que las sufridas por nosotros. Y esa es nuestra obligación hacia el futuro.
Le debemos mucho a los que forjaron nuestra identidad y cimentaron lo que hoy tenemos.
Por eso cuesta entender el desprecio que muchas veces mostramos por nuestros antecesores.
Como sabemos, uno de los principales personeros de nuestra historia es el doctor Antonio Rendic (1896-1993), el "Médico de los pobres", sanador y poeta (Ivo Serge), actualmente postulado como beato.
La obligación de las comunidades es respetar y cuidar ese legado, sin embargo, por estos días hemos visto que su antigua casa, la misma en la que atendía gratuitamente a quienes no tenían recursos, es alterada y semidestruida la placa que conmemoraba su vida y obra. Esta había sido instalada en junio de 2010 por la Corporación Andrés Sabella y la Sociedad Croata de Antofagasta y se había mantenido en la entrada del edificio hasta el pasado miércoles, cuando el muro donde estaba instalada fue derrumbado.
Este es un ejemplo de la estupidez con que actúan muchas personas y organizaciones. Destruyen el patrimonio, contaminan el medioambiente, viven ensimismados en sus propios intereses, sin aportar ni dejar nada a cambio para el resto.
Sería tiempo de que entendiéramos que las personas y sociedades no son la suma de intereses individuales, sino una complejidad de acuerdos, sueños y respetos mutuos que no pueden ser rotos sin efectos.