Amor y política
En 2002, la banda británica Pet Shop Boys estrenó la canción "el amor es una catástrofe" ("Love is a catastrophe") como parte de su álbum Release, señalando que el amor debiera ser "la ley más amable, y no una declaración de guerra". Si esto fuera cierto, no se hubiese iniciado la Guerra de Troya, cuyo rapto (o fuga) de Helena de Esparta por Paris de Troya inició uno de los conflictos bélicos más importantes de épocas pretéritas, como cuenta la mitología griega a través del poeta clásico Homero. Se ha escrito mucho sobre el amor en prosa, poesía y teatro, y es imposible olvidar el clásico 'shakespeariano' de Romeo y Julieta, que también comienza con un conflicto (las familias archirrivales de los Montesco y los Capuleto) y termina en tragedia, o como dice el grupo británico "en un acto loco de destrucción".
En la obra El Libro del Buen Amor (1330), una joya literaria española de todos los tiempos, el Arcipreste de Hita hace el distingo entre el amor pagano que llama "loco amor del mundo" y el amor verdadero, que sería el amor a Dios. El psicólogo italiano Walter Riso se refiere a la 'democracia afectiva' como aquel acto en el cual se busca la equidad emocional en todas las acciones de los/as seres amados; dice Risso en su columna "Amores Insípidos" (19/10/2015): "… Es preferible un amor barroco, con mayúscula y letras góticas, a un afecto postmoderno, mezquino y de letra menuda".
Séverine Cazaux en su artículo "El Amor también es político" (ElDesconcierto.cl, 20/02/2020), argumenta que el sólo hecho de criticar la mitología que hay detrás del amor romántico constituye un acto político importante para aquellas sociedades que han entendido su accionar a través del feminismo. De hecho, las feministas de los 70s nos dieron grandes lecciones sobre la idea de que todo lo personal es político, y la violencia y el abuso sexual dentro de las parejas no podían quedarse solamente en los espacios privados. La visibilidad de la ola de femicidios (en 2020, 37 y 144 frustrados) que viene en escalada hace un par de años da cuenta de la necesidad de entender el mal amor, o el amor aséptico, como dice Walter Riso, no desde una alcoba sino más bien desde un quirófano o una institución psiquiátrica, mejor aún desde el ejercicio de una buena justicia hacia las víctimas.
El otro lado político del amor es su concepción de 'una construcción burguesa' (Pet Shop Boys: "Love is a bourgeois construct", Electric: 2013). En 1974, el sociólogo alemán Niklas Luhmann presentó su teoría general de los medios de comunicación en la cual situó al amor como un medio más, y parte de otros como la verdad, el dinero y el poder. La Escuela de Frankfurt a través del psicólogo judío alemán Erich Fromm también se refirió al 'amor capitalista', aquél que enajena al ser humano y lo imposibilita de prácticas amatorias sociales. Desde una mirada post-estructuralista, el neologismo 'biopolítica' del filósofo francés Michel Foucault también da cuenta de la banalización de las emociones corporales como instrumentos para ejercer poder, haciéndolas administrables en los espacios íntimos desde lo público. Por ende, del amor como mercancía neo-liberal nace la necesidad de celebrarlo en un día especial y con una serie de dispositivos estereotipados, comprables y consumibles, despojándolo de los lenguajes circundantes como el conocimiento, las ciencias y las artes (Roland Barthes, Fragmentos de un Discurso Amoroso, 1982).
Sería interesante plantear si somos una cultura políticamente amorosa. Se ha ridiculizado in extenso el amor al prójimo del padre Felipe Berríos en sus declaraciones a favor de los presos políticos y de la migración como un 'buenismo político'. Sin embargo, cabe preguntarse, ¿una sociedad amorosa no 'acoge al amigo cuando es forastero'?, especialmente cuando se le invita a venir públicamente, a menos que sea sólo un acto de política retórica; o mantener encarcelados a jóvenes sin un debido proceso por más de un año ¿no es una expresión de 'crueldad increíble' como dice Berrios s.j.? No somos una sociedad que cultiva el amor en espacios públicos, somos una cultura castigadora que arroja de inmediato la primera piedra, incapaz de sentir empatía por el sufrimiento ajeno, y cuyos homicidios de la otroriedad diferente a los patrones institucionales es escondida, una y otra vez, bajo la metáfora de la defensa propia o de los derechos humanos mal entendidos. Nos falta mucho para el verdadero amor en política.