Ojo con el ojo
Para los chilenos, la cultura principia en "el ojo": o - j - o…
En la Biblia es frecuente encontrarse con ciegos. En el Deuteronomio se dedica una extensa referencia a la Ley del Talión ("Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano…"), donde el precio del ojo es otro ojo.
En la historia, los grandes ciegos son poetas, como si una oscura ley maldita decretara para ellos, adoradores de la suprema luz del espíritu, la penitencia de la sombra. Homero encegueció en Ítaca, cuentan sus biógrafos. Luis Vaz de Camoens quedó tuerto, después de una batalla librada en tierras de África. El londinense John Milton poseyó ojos de futuro que le permitieron ver el rostro centellante de la libertad y el paso del progreso. El exceso de trabajo de Oliverio Cromwell, daño su vista, profundamente, muriendo, como anotan Henry Thomas y Dana Lee Thomas, "Viejo, ciego y desilusionado".
Leonardo anunció, en su Tratado de la Pintura (el que no fue impreso, sino hasta el siglo XVIII), la exaltación del maravilloso don de la vista, escribiendo que: "Quien la pierde deja el alma en una prisión oscura, donde se pierde toda esperanza de volver a ver el sol, luz del mundo entero".
El ojo fue la flor predilecta para la metáfora española. Pensemos en don Francisco de Quevedo, empobrecido por los encantos de una mujer: "Una risa, unos ojos, unas manos todo mi corazón y mis sentidos saquearon, hermosos y tiranos".
En Lope de Vega, mendigándole a una de sus musas: "Vuelve los ojos a mi fe piadosos!" Y, ciertamente, en el noble y sevillano Gutierre de Cetina, vivo y erguido en su Madrigal, diez versos apenas, ¡y ganó la mirada larguísima de la posteridad: "Ojos claro, serenos, si de un dulce mirar, sois alabados, ¿por qué, si me miráis, miráis airados?"
Ojos limpios necesita la Patria para no errar los caminos de su prosperidad; y muy buenos ojos precisa el Hombre, para no desbarrancarse más de lo que se desbarrancó, resbalando en su vanidad y en su vaciedad.
Andrés Sabella, El Mercurio de Antofagasta, 1976.