"Se debe bogar por valores que trasciendan"
ANTOFAGASTINIDAD. José Antonio González, historiador, doctor en filosofía y letras.
Como él mismo lo dice, la familia de José Antonio González hunde sus raíces en Antofagasta y en este norte que te atrapa.
González es Historiador y Doctor en Filosofía y Letras de la Universidad de Navarra, España, además de autor de numerosas publicaciones, especialmente dedicadas al rescate histórico y patrimonial.
Hoy además dirige la Escuela de Derecho de la UCN, porque otra de sus pasiones es justamente esa, la formación.
¿Cómo fue su infancia y qué recuerdos guarda de ella?
- Mi infancia está entrañablemente ligada a mi hermano Luis Gustavo, y naturalmente los juegos iban acompañados de los amigos de barrio. Era común prestarse las revistas y libros de aventuras, como Emilio Salgari, algunas cosas de Kipling, unas colecciones de Saturnino Callejas, antes de introducirse en lecturas más complejas. Y subir a los cerros, una satisfacción grande, pues uno tropezaba con cuevas, quebradas, etc. Y los carnavales de la challa, inolvidables.
¿Qué aspectos echa de menos de esa sociedad en la cual creció?
- Una sociedad que equilibraba el sentido de las cosas: librerías en serio, conjuntos folklóricos universitarios, exposiciones de arte y presentaciones de libros se acomodaban con los viejos almacenes de esquina, mueblerías en el centro, diversas tiendas, que todavía conservaban un halo de tiempos anteriores, de apogeo del salitre. Aun cuando era una sociedad que mostraba las desigualdades, había cierto sentido de austeridad y recato en las personas más acomodadas, mientras en las poblaciones el sentido comunitario proveniente desde la pampa salitrera, promovía más instancias sociales y deportivas.
Hubo una perspectiva social que los liceos y colegios confesionales -pienso en el San Luis- inculcaban, y se tradujo en las huellas generacionales de la república de la Constitución del 25. Ahí están los clubes deportivos, las viejas sedes de los partidos políticos, las casonas de las juntas de vecinos y centros de madres. El desdibujamiento de esta realidad, sea intencionada o desfasada, abrió el camino hacia nuestro encapsulamiento privado.
Usted es historiador y doctor en Filosofía y Letras, ¿cómo comienza a desarrollarse en usted el interés por estos conocimientos?
- Desde niño. Mi padre siempre poseyó una muy buena biblioteca, y era común en la sobremesa las conversaciones histórico-culturales. Era un fervoroso admirador de la literatura y la filosofía alemana. Se educó con los sacerdotes germanos del ex Verbo Divino que fundaron el Colegio San Luis. En sus momentos de exaltación pronunciaba algunas frases alemanas y su traducción, de sus autores favoritos.
La propia historia familiar vinculada con el norte, sonaba en las conversaciones, y todo esto se refrendó en la enseñanza media del San Luis, donde tuvimos de profesores jesuitas.
¿Quiénes han sido su inspiración, en lo humano y lo profesional?
-Como arquetipos de lo que se debe conjugar en la vida, mi madre siempre está presente. Fue una sabiduría perenne, no libresca, no erudita. Pero en lo humano sin ir más lejos, nombraría a Andrés Sabella, Oscar Bermúdez, José María Casassas Cantó, los que, a su vez, señalaron la convicción por el quehacer intelectual. Más tarde, tuve la ocasión de disfrutar en Europa a otros en esta combinación de lo humano y lo intelectual, Ismael Sánchez Bella, Álvaro D'Ors, Álfonso García Gallo, Luis Sainz Medrano, Carlos Foresti, Magnus Mörner, entre otros.
¿Como académico, qué valores intenta transmitir a los futuros profesionales?
- En un mundo donde el relativismo incide y el constructivismo hace lo suyo, se debe siempre bogar por valores que trascienden a las épocas, aun en sus interpretaciones, como son la dignidad de la persona humana, la búsqueda de la justicia, aun en las pequeñas cosas, ser honesto en lo que se hace, que implica buscar la verdad en nuestras investigaciones, aun cuando sean provisorias y, algo que comúnmente se nos olvida: memento mori, la finitud de todo y, ser humilde, pues lo que uno hace ha sido el resultado de un quehacer que ha evitado cometer más errores -no el éxito- debido a las observaciones de otros.
¿Qué le gusta de Antofagasta, por qué decide quedarse y desarrollar su carrera en esta ciudad.
- Nací en Antofagasta, mi familia hunde sus raíces con sus orígenes, y mi decisión es contribuir en lo posible a estudiar su pasado, estar atento a lo que acontece en el presente y sumarme al esfuerzo de otro por construir una mejor ciudad. Pude quedarme en Europa, pero si todos nos transformamos en trasplantados, hay una ingratitud con tu lar y tu gente que, de una u otra forma, ha contribuido a tu formación.
¿Qué lecciones cree que debemos aprender de lo vivido estos dos últimos años tan convulsos?
- Que nadie puede lograr un sentido de proyecto sin pensar en la comunidad en que está inserto. Todo esto debe llevarnos a la convicción de la lucha por un Chile mejor, no en lo personal, sino en el entorno donde emergen nuestros sueños y anhelos. Sin los otros, volvemos a negar el sentido gregario que nos asiste desde lo animal. La pandemia nos ha puesto al desnudo de la fragilidad humana, pero la existencia no puede seguir siendo tan desigual como la hemos visto. La casa común, es esa, lo común debe prevalecer, por sobre lo individual.