Antofagasta, la buena
Yo no camino en punta de pies cuando evoco… Porque no tengo una pizca de miedo de despertar mis recuerdos de años idos. Ellos me dan fuerza para soportar este encierro y me invitan -de paso- a recordar las vivencias ajenas, de esa Antofagasta buena que conocimos los de la tercera edad.
Hablo de esa ciudad honesta, con matices pueblerinos. De esos barrios de las pichangas callejeras, de las bullangueras jugarretas infantiles. De vecindades fraternas y solidarias, en que se cuidaban los niños ajenos y los propios. De casas con puertas francas: bastaba "con tirar la pita" para entrar. De niños con sagrado respeto por los adultos. De apoderados con tremendo respeto por los profesores.
De navidades modestas, con escasa presencia de intereses comerciales en las fiestas nacionales, efemérides o festejos populares. Es esa la Antofagasta que añoro. La del Año Santo Mariano, en 1958, con procesiones donde los niños íbamos -respetuosos- de la mano de las abuelas, dando vivas a María.
Y a propósito de esto último, me vino a la memoria la construcción de la Parroquia de la población Oriente. Me lo contó Omar Villegas, quien afirmó que todo fue un ejemplo de fe y de esfuerzo. Episodios para escribir con letras de oro, como la donación del terreno, que concretó doña Nena Lavín, descendiente de los dueños de la Cantera Lavín, donde los picapedreros esculpieron los adoquines de las viejas calles antofagastinas. Ese terreno sirvió para que Vialidad acopiara el bitumen, el asfalto y el alquitrán que cubrió aquellos adoquines.
Un tarro de leche con una ranura, con la tapa soldada (a modo de prevención) se instaló en esa esquina de Montevideo con Arauco, donde se le clavó a un cuartón. El primer niño en depositar una moneda fue Ignacio Vergara, hoy un venerable poblador. A nadie se le pasó por la cabeza robarse el tarro. La alcancía se llenó y lo reunido aumentó el interés de los devotos de la "Oriente". La parroquia creció y hoy es el templo donde los pobladores derraman su fe y sus esperanzas. ¿Se dan cuenta?
¿Como no añorar esa Antofagasta de años idos, poblada por gente buena?
Jaime N. Alvarado García, Profesor Normalista - Periodista