Una borradura
Adelanto del libro "Linia nigra" Por Jazmina Barrera
Los arqueólogos se debaten sobre si la figura mexica de la mujer pariendo, que resguarda la Colección Bliss en Washington, es, en realidad, mexica. Muchos aseguran que es del siglo XIX. Pero da lo mismo, eso no demerita el poder de la imagen: la boca grande, abierta con todos sus dientes, la nariz dilatada, las clavículas abiertas, la mirada al cielo, las cuencas vacías de los ojos, la cabeza del niño que asoma de la vagina, las manchas de la piedra, como venas y arterias. La mujer parece a la vez más fuerte y viva que nunca, y una calavera, la muerte misma.
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Lo de las náuseas sucede también a un nivel metafórico. Por ejemplo, estábamos la otra noche en un asado, y de un momento a otro sentí la necesidad de salir corriendo de ahí. Creo que fue una combinación del ambiente y el humo. La sensación se parecía mucho a las náuseas: el reflejo involuntario después de una repulsión repentina. Siempre fui propensa a aguantarme en situaciones desagradables o incómodas, a disimular, pero ahora no puedo. Las cosas que me disgustan lo hacen con más fuerza y no me aguanto, porque me parece injusto con el bebé, que no tiene por qué soportar nada.
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Encontré un artículo que discute dos teorías. La primera es que una mujer embarazada es un contenedor que resguarda dentro de sí a un ser independiente. La segunda es que el bebé es parte del cuerpo de la mujer embarazada, como si fuera un órgano más. Pienso que las dos teorías son correctas. Es las dos cosas al mismo tiempo, y se va transformando. Al principio es una célula de tu propio cuerpo. Eres tú. Lo que pasa al comienzo del embarazo te pasa solo a ti. Poco a poco, esa parte de ti se va volviendo un ser distinto, y tú eres cada vez más un recipiente. El proceso, según Simone de Beauvoir, tiene consecuencias sublimes y terribles: "El feto es parte de su cuerpo, y al mismo tiempo es un parásito que la explota; lo posee y es poseída por él; contiene su futuro entero y, llevándolo dentro de ella, se siente tan vasta como el mundo; pero esta misma riqueza la aniquila, y siente que no es nada".
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No sé en qué momento desaparecieron los pies de mi vista. Hoy, mientras me bañaba, me di cuenta de que ya tampoco puedo ver mi ombligo cuando estoy de pie. En el espejo veo que se está desvaneciendo. Ha perdido profundidad y ahora es apenas un asterisco. Pronto va a desdibujarse por completo. Era la única marca visible de que alguna vez viví dentro mi madre, me alimenté a través de ella, fui parte de ella. La única marca de esa prehistoria en la que fui un embrión igual a los embriones de todos los vertebrados y luego igual a todos los mamíferos. Así se ve el tránsito entre ser hija y ser madre, como esa lenta borradura.
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Mi amiga Laura tiene casi las mismas semanas de embarazo que yo. Cuatro más. Por ese mínimo grado mayor de experiencia, y porque es divertida y encantadora, decido que va a ser mi Virgilio. Me urgía un Virgilio. Me está aconsejando en todo: el doctor, el hospital, la ropa. Por teléfono me quejo con ella de los malestares. Le hago mala fama al embarazo, porque hablo más de lo raro y de lo incómodo y no cuento, por ejemplo, lo emocionante que es sentirlo moverse. Sus patadas y sus desplazamientos me parecen una especie de clave morse: nuestra primera comunicación, deliciosamente ambigua y unidireccional.