Plusvalía Política
Dra. Francis Espinoza F. Académica UCN
Los dos debates políticos presidenciables de esta semana nos dejaron un sabor amargo sobre qué debemos esperar para la carrera al sillón de La Moneda y sus consecuencias en la gobernanza futura de nuestro pobre país. En teoría, se trató de confrontaciones de ideas, pero sólo se mostró un realismo vergonzoso en relación a un profundo desconocimiento de una ciudadanía cada vez más empoderada, descreída y exigente. Lo que yo he llamado el 'mal catálogo político', pareciera ser una variante significativa a la hora de analizar las problemáticas de abstención electoral, escasa voluntad política y como diría Jacques Rancière (2012) un 'odio a la democracia'.
El concepto de plusvalía nace de los escritos de Karl Marx, específicamente en El Capital (1867) para explicar teóricamente el fenómeno de la explotación obrera y el proceso de acumulación de los sistemas capitalistas. En su teoría del valor-trabajo, primero Marx y luego el economista inglés David Ricardo hacen la diferencia entre el trabajo y la fuerza del trabajo, demostrando que el capitalismo produce explotación a través de maximizar la plusvalía absoluta, por ejemplo, extendiendo la jornada laboral, o la plusvalía relativa, es decir, disminuyendo la cantidad de obreros. Este concepto se fue popularizando y se extendió neoliberalmente hacia el incremento del valor real de un objeto (una propiedad) a través del tiempo debido a diversos factores contextuales tales como accesibilidad, ubicación en sectores urbanos y residenciales, servicios e infraestructura, urbanidad y arquitectura. En la visión marxista, el/la trabajadora/a espera un pago digno por parte de su empleador/a y la empresa desea la maximización de sus ganancias (sobre todo en el modelo reptiliano y avaro del empresariado chileno), produciéndose el gap entre las aspiraciones de la clase trabajadora y las condiciones reales de valoración del trabajo.
La plusvalía siempre implica la brecha entre lo deseado y lo ofrecido, y el tiempo como un moneda preciada de aumento de expectativas para ambos lados. En esta columna, uso el concepto de 'plusvalía política' para analizar la fisura entre las imágenes proyectadas por las candidaturas presidenciables y lo realmente percibido por el/la ciudadano/a de a pie. Es importante partir de la base que la investidura de un poder transforma al individuo en lo que la gestora cultural Marcela Mercado llama 'el rey va desnudo', haciendo la apología del cuento respectivo.
El resultado de los debates políticos mostró una plusvalía política curiosa: una derecha 'chasconeada' y que no se alinea, y una izquierda demasiado alineada casi a la usanza del antiguo bloque soviético, hoy tal vez la preocupación por el 'lado oscuro de la fuerza' internacional, representado por la alianza China-Rusia. Las cartas de Chile-Vamos presentaron una variable interesante, la amistad más o menos cercana con Cristian Larroulet, un poder que al parecer se comporta como el Cardenal Richeliu o Rasputín, el hombre detrás de las sombras. Nada significativo en términos del manejo adecuado de la pandemia o el país que soñamos post-Covid 19. Estos 'reyes que van desnudos' piensan que la ciudadanía sufre de amnesia y que va a olvidar que lo que hoy ellos levantan como banderas de lucha, en su paso por el gobierno no fueron capaces de defender. No se puede dormir dictador y amanecer demócrata le gritó el ex - Presidente Ricardo Lagos al General Augusto Pinochet en una oportunidad. Una derecha neoliberal, no se puede mostrar como social-demócrata como bien planteara en el imaginario iluso el candidato Joaquín Lavín.
Para el otro lado la cosa tampoco está mejor, un debate tibio, yo le llamaría amallirista, de guantes blancos, proyectando una diplomacia pública hipócrita donde la falange PC-FA se quiere mostrar cohesionada frente a sus profundas diferencias y definiciones ideológicas. Lo más preocupante en este caso, que también se vio en el debate de las asesoras políticas (Camila Vallejos y Lorena Fries) de los presidencibles Daniel Jadue y Gabriel Boric, es que como dice el periodista estadounidense Walter Lippmann donde todo el mundo piensa lo mismo, nada piensa. Una nueva izquierda justamente debe presentar confrontación por respeto al modelo dialéctico de tesis-antítesis y síntesis, y porque ya los totalitarismos de ideas son inagualtables.
Me gusta la imagen del pintor neerlandés M.C. Escher y su obra 'Autoretrato' (1935), aquella mano sujetando una esfera de vidrio que finalmente muestra a su autor reflejado en la bola. Si nuestros presidenciables hicieran el ejercicio autocrítico de Escher, de seguro su 'plusvalía política' mejoraría.
"El resultado de los debates políticos mostró una plusvalía política curiosa: una derecha 'chasconeada' y que no se alinea, y una izquierda demasiado alineada casi a la usanza del antiguo bloque soviético, hoy tal vez la preocupación por el 'lado oscuro de la fuerza' internacional, representado por la alianza China-Rusia".