"La Conveción Constitucional tiene mucho de carnaval de adolescentes"
El académico aborda en profundidad el proceso constituyente, "Queda la esperanza de una mayoría que pueda hallar un acuerdo para un texto sensato, que pida a la Carta lo que ella puede dar y no un país de Jauja decretado por escribas", dice.
Chile tiene algo de Sísifo, dijo José Ortega y Gasset en 1928. Con esa referencia al mítico rey condenado a empujar cuesta arriba por una montaña una pesada piedra, la cual, al llegar a la cima, rodaba hacia abajo, una y otra vez, por siempre, el filósofo español quería ejemplificar la situación del país ante los terremotos que cada tanto echaban a tierra lo que se había levantado con tanto esfuerzo. El historiador Joaquín Fermandois, sin embargo, utiliza la cita en "La democracia en Chile: trayectoria de Sísifo" (Ediciones UC-CEP, 2020), su libro más reciente, al analizar el proceso democrático chileno inscrito en una historia de más de dos siglos de la democracia moderna. Fermandois es profesor de la Universidad Católica y la Universidad San Sebastián, además de presidente de la Academia Chilena de la Historia, columnista y autor de numerosos libros, entre los que se cuentan "Mundo y fin de mundo" (2005) y "La revolución inconclusa" (2013).
La democracia, señala, es un sistema de crisis o para gestionar las crisis, las cuales con cierta regularidad vuelven a tensionar la institucionalidad del país. Si bien sólo se alude al "estallido social" y el proceso constituyente en el libro, sí considera que forma parte de un ciclo iniciado con las revueltas estudiantiles de 2011, aunque el "estallido" más bien entra en una dimensión distinta al "arrinconar al sistema institucional". La democracia, entonces, enfrenta un nuevo episodio con el proceso constituyente y los primeros pasos dados por la Convención Constitucional. Podría ser antecedente de una consolidación democrática, si se reconduce, en opinión de Fermandois, por vías institucionales. Pero también, según él, podría entrañar el peligro de una Constitución populista bajo la ilusión de una democracia "participativa" o directa, así como la parcelación del país que podría hacerlo ingobernable y, eventualmente, generar expectativas que desemboquen en una frustración. Pero, precisa, falta tiempo para eso: "La actual ebriedad tiene para rato. Espero que la resaca no ocurra cuando sea demasiado tarde". Además, sugiere respecto de las primarias y de todo el proceso político actual, ejercitar una "suspicacia huasa".
-En su último libro analiza dos siglos de la historia chilena a la luz de la idea de la democracia y la visión no es del todo alentadora, constantemente con altos y bajos. ¿No hay que abrigar demasiadas esperanzas porque ha sido y será así?
-La democracia es fundamentalmente manejo de crisis de manera abierta. Cuando vienen épocas de calma chicha en la sociedad humana, son engañosas, un pequeño paraíso en cierto sentido, que anidan crisis que en un abrir y cerrar de ojos pasan de la potencia al acto. Chile además ha sido un país marcado por décadas de estabilidad que con sorprendente (relativa) regularidad se jalonan con crisis regulares. No es que tenga que ser así, pero carecemos de la virtud de la persistencia calmada y serena ante los avatares e insuficiencias.
-Usted lo compara con la labor de Sísifo. ¿Está el país condenado a los esfuerzos por construir y volver a construir una institucionalidad democrática?
-No está condenado, solo que así han sido las cosas. Democracias consolidadas -término relativo ya que cualquier realidad política es de suyo precaria- son una minoría en el mundo. Con todo, Chile tiene tradiciones democráticas relativamente más sólidas que las de otros países latinoamericanos. Esto no es parte de un "mito". Ello no quita su precariedad.
-El proceso constituyente actual,
"La dirección política del Gobierno ha sido floja y la oposición junto a algunos gremios no sin algunos rasgos suicidas, se ha sumado al intento de desmontar no solo al Gobierno, sino que al sistema institucional y desfondar al Fisco".
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¿es más cercano al momento de elevar la piedra o a que ésta se venga abajo?
-Surgió como una respuesta urgente a la caída en el despeñadero. Parecía encauzar los ánimos hacia un proceso democrático. Sin duda encantó a una sólida gran mayoría del país, con ilusiones fundadas o infundadas, pero el plebiscito de octubre de 2020 dio cuenta de esta disposición. Operó la tradición política latinoamericana de que las constituciones lo arreglan todo, y por ello Chile se encaminaría a aprobar la número 253 (en Latinoamérica hemos tenido 252 constituciones desde 1808 hasta ahora). Pero la piedra no siguió subiendo. Ello porque la violencia algo disminuyó, pero también fue persistente, sin mayor crítica de una gran parte del mundo político. La pandemia tuvo un efecto apaciguador; hubiera sido perfecto -sobre todo para la administración Piñera- si hubiese durado seis meses. A estas alturas, sin embargo, subsiste y si uno mira el mundo -con el que Chile puede compararse positivamente- las perspectivas no son muy claras.
La dirección política del Gobierno ha sido floja y la oposición junto a algunos gremios no sin algunos rasgos suicidas, se ha sumado al intento de desmontar no solo al Gobierno, sino que al sistema institucional y desfondar al Fisco. La modernización económica que por insuficiente no era menos real cae al despeñadero junto a la piedra. La guerra de guerrillas en La Araucanía florece, desde sus gérmenes hace 30 años.
-¿Cómo vio la instalación de la Convención Constitucional y cómo ha visto sus primeras actuaciones?
-Tiene mucho de carnaval de adolescentes. En este sentido colabora en que la piedra se despeñe, uno más de los varios empujones que se han dado. En las próximas semanas veremos si puede reconducirse por vías más institucionales y no ser mero acicate de un espíritu revolucionario. Con todo, tengo una prevención de fondo. Al parecer, una mayoría considerable ambiciona una constitución de estilo populista, de democracia "participativa", un eufemismo de democracia directa. Ninguna, pero ninguna democracia ha funcionado de esa manera; al final del camino nunca ha dejado de haber un César o un Stalin (o un paradigma entremedio). En otro plano, existe un afán de parcelamiento del país, que solo lo hará ingobernable. Tengo una leve esperanza que al final se entre en razón y comenzar a subir nuevamente la piedra.
-¿Percibe un ánimo fundacional o refundacional, algo así como querer borrar la historia?, ¿hasta qué punto esto es algo simbólico y hasta qué punto puede ser peligroso?
-De todas maneras. Y va más allá de una emoción pasajera que siempre les retorna a las sociedades humanas. Ni siquiera el grueso del mundo del arte reaccionó contra la destrucción de todos los símbolos coloniales y republicanos, la quema de iglesias y museos. No son treinta años, son quinientos años, pareciera decirse. Retorno a las "sociedades originarias". A estas alturas del partido, nadie en este mundo es absolutamente original del lugar donde nació, ninguna sociedad humana. Sostener la tesis de la falsedad de la existencia histórica de Chile sería asegurar la perpetuación de la guerra de todos contra todos.
-Su libro, señala, nace en parte de las revueltas del 2011, los movimientos estudiantiles y el surgimiento de lo que llama una "izquierda antisistema". ¿Considera lo ocurrido con el llamado "estallido social" como parte de ese mismo ciclo?
-Los movimientos estudiantes son recurrentes en las democracias modernas, cuando arraigan en sentimientos de la sociedad, pueden transformar el panorama político. En el 2011 le dio certificado de bautismo a una izquierda antisistema, que condena en general al Chile democrático, con el Frente Amplio y algún aire al Partido Comunista que revive su vieja estratagema de estar dentro y fuera del sistema. Y el movimiento alcanzó a algunos sentimientos masivos, en ese momento pasajeros, en todo caso alcanzó a remecer a muchos sectores de la sociedad. El "estallido" pone las cosas en otra dimensión, al arrinconar al sistema institucional, sobre todo por la debilidad reactiva de las mismas instituciones y de los dirigentes del Estado, algunos de los cuales, más por espíritu de masa, se sumaron a su legitimación, aunque ellos mismos estaban en la picota.
-¿Piensa que forman parte tales manifestaciones de unas rebeliones culturales más que de clase?, ¿comparte la idea de Tocqueville de que cuando las cosas mejoran en las sociedades, eso incluso atiza las pasiones?
-De todas maneras. Carlos Peña "me robó" la idea, ya que fue el primero en aludirla. Es un hecho que las crisis advienen cuando las sociedades adquieren un dinamismo de cambio y mejoría, pero no están todavía bien asentadas en una nueva realidad. Esto más allá de que no puede haber una sociedad humana completamente estable. El sentimiento público se mueve entre percepciones contradictorias. El 2010 y el 2017 eligió a Piñera, lo que no se puede olvidar. En ambos casos le siguió un encogimiento político debido a la fragilidad de la dirección política, y después por un desencanto electoral. Por otra parte, han sido gobiernos que no variaron mucho con lo efectuado en las dos décadas anteriores, entre 1990 y 2010. El estallido estuvo precedido por una década de desesperada búsqueda de mejorías más o menos instantáneas. Iván Poduje ha entregado una interpretación interesante acerca de la exasperación; añado que el acelerante podría haber sido la desilusión por las pensiones de las AFP, mas no son las únicas causas; el éxito económico por paradojal que suene, puede ser otra causa. No fue el hambre lo que provocó el 18 de octubre ni la marcha del millón.
-La polarización no ha sido algo de ahora en Chile. Si son circunstancias más bien cíclicas de grandes crisis cada cierto tiempo. ¿Hasta qué punto daña eso el asentamiento institucional?
-Entrega dinamismo, si se encauza en legitimar a un sistema que sabe acoger y a la vez apacigua a los "polarizados". En Chile hay muchos antecedentes que apuntan o que arrastran a la crisis de la democracia. Quizás no será una simple dictadura, pero sí una democracia desordenada, carente de verdadero progreso, avanzando hacia una violencia cotidiana. Y nos olvidaremos de continuar con la modernización económica.
-Usted defiende una noción "limitada" de la democracia como un "sistema de la crisis". ¿Ha funcionado relativamente bien hasta ahora en Chile?
-Si abstraemos de las crisis institucionales que han advenido con esa extraña regularidad, y mirando al mundo -cosa que nuestros sabios escasamente efectúan- yo diría que de todas maneras ha sido así.
-¿Se puede entender el proceso constituyente como una profundización democrática? Y, de ser así, ¿se puede compatibilizar con el desarrollo económico, que parece darse, quizá con demasiado optimismo, por descontado?
-Como método de pacificación, pude ser antecedente de una consolidación democrática. Lo que ha sucedido no indica en esa dirección. Si uno se guía por programas, me pregunto, ¿dónde han tenido éxito? Se olvida el proceso y mentalidad económicos que llevaron a que una parte del mundo sea desarrollada, que imagino que es allá a dónde se quiere ir cuando se habla de progreso.
-¿Hasta qué punto el exceso de expectativas en la labor de la Convención puede generar una frustración en la ciudadanía y cuán intensa podría ser tal frustración?
-De todas maneras, pero para eso falta tiempo. La actual ebriedad tiene para rato. Espero que la resaca no ocurra cuando sea demasiado tarde. Queda la ligera esperanza que se configure una mayoría que pueda hallar un acuerdo para un texto sensato, que pida a la Carta lo que ella puede dar y no un país de Jauja decretado por escribas.
-¿Podría ocurrir lo mismo, la decepción, ante las exigencias de un trato distinto a los pueblos originarios?
-El único problema real, en este sentido, es el conflicto mapuche en el sur, un verdadero conflicto de insurgencia ya en plena ebullición. Todo lo demás tiene respuesta, siempre que no se los sobredimensione.
-El tema indigenista, ¿responde, a su juicio, a un fenómeno realmente vernáculo o más bien a los aires de la época?
-Aires de época de la política mundial de las corrientes de identidad surgidas de las ideologías modernas. Se hacen más patentes justo al finalizar la Guerra Fría, lo que se reprodujo automáticamente en nuestro país. Fíjese, algunos de los líderes indígenas se visten y actúan como "indios de Hollywood", tal cual hace medio siglo funcionaba el verde olivo y los trajes Mao. Al final era "fashionable".
-¿Y se inscribe dentro de la defensa y manifestación de otras minorías o causas: sexuales, animalistas u otras demandas identitarias?
-Sí, tiene que ver con la llamada política de identidad, sustituto tanto al eclipse de las ideologías totalitarias -algo sobreviven en América Latina- con una crisis en la relación entre los seres humanos, una humanidad que poco sabe qué hacer con la libertad moderna y juega con ser adalides de causas altisonantes; también mucho Hollywood. En algunas pocas partes y casos tienen que ver con superar situaciones de desmedro.
-¿Hay algo romántico en todo eso? Con romántico entender no sólo aventurado, sino en el sentido de la historia de las ideas…
-Cierto, en sus dos vertientes, la roussoniana del "buen salvaje"; como la alemana -la más inspirada- de retorno a la sabiduría del mito original, gran creación cultural y espiritual pero de nefastas consecuencias políticas. Ha sido una manera de ser modernos también. Hasta Marx por momentos tenía algo de esto.
-En una columna reciente, "La balanza", de cara a las primarias, habla de la necesidad de restablecer un equilibrio y que esa tarea podría recaer en la derecha política. ¿Por qué cree eso y considera que está la derecha en condiciones de realizarla?
-En una democracia tienen que haber actores que ejerzan la función de ser de izquierda y derecha -y de centro, llegado el caso- o carecerá de dinamismo o será estática; o bien habrá un desliz autoritario o despótico. En Chile desde los años de 1930 las derechas han sido más débiles y me parece que ha sido una de patitas que le ha fallado a la democracia.
-Propone respecto de las primarias ejercitar la "suspicacia huasa". ¿A qué se refiere?, ¿es aplicable lo mismo a todo el proceso político actual?
-Desmontar el discurso del vendedor de perlas de fantasía -contrapartida moderna de los que por siglos vendían trozos de la cruz de Cristo- que jamás han dado resultado alguno. A veces esto es recogido por la sabiduría popular. Reconozco que no es fácil efectuarlo en estos momentos.
fermandois tiene ligeras esperanzas sobre el texto que pueda emanar de la convención constitucional.
"Al parecer, una mayoría considerable ambiciona una Constitución de estilo populista, de democracia 'participativa', un eufemismo de democracia directa. Ninguna, pero ninguna democracia ha funcionado de esa manera".
"El acelerante podría haber sido la desilusión por las pensiones de las AFP, mas no son las únicas causas; el éxito económico por paradojal que suene, puede ser otra causa. No fue el hambre lo que provocó el 18 de octubre ni la marcha del millón".