Caer en el ridículo
Una de las cosas más ridículas del último tiempo -Wilde habría dicho que entre lo sublime y lo ridículo no hay más que un paso- acaba de suceder ayer, a propósito de la acusación constitucional al presidente.
Desde luego, no cabe duda de que el presidente ha hecho denodados esfuerzos por exponerse a todo tipo de acusaciones. Hay en él la extraña pulsión por ponerse al filo de la legitimidad en el obrar. Desde aferrarse a su patrimonio (recuérdese su resistencia a desprenderse de algunos bienes que configuraban conflicto de intereses) a hacer negocios familiares donde los intereses de sus cercanos rozan aquellos que, en su calidad de presidente, está obligado a custodiar.
Todo eso es cierto. Si el Maquiavelo de los Discursos de la primera década de Tito Livio lo hubiera conocido, lo habría citado como un ejemplo de lo que un gobernante no debe hacer.
Pero nada de eso justifica que, para hacer el control de sus actos, el Congreso deba incurrir en una conducta ridícula.
Sin embargo, es lo que, en tono de comedia, acaba de ocurrir.
Un diputado religioso -Jaime Naranjo, a quien se recuerda cuando en confusas declaraciones negó que su mujer trabajaba en el Congreso- decidió leer, con ánimo penitente, un mamotreto de centenares de páginas no con el ánimo de dar a conocer ideas o antecedentes acerca de la conducta presidencial, sino con el propósito explícito de alargar el debate hasta que otro diputado, Giorgio Jackson, que había sido contacto estrecho de Gabriel Boric (quien según aseveró Interferencia.cl, había demorado adoptar precauciones a sabiendas de sus síntomas) terminara su cuarentena y pudiera votar. De esa manera se asistió ayer a una lectura infinita que carecía de oyentes (puesto que todos sabían que no era lectura) y a una rauda carrera de madrugada seguida por televisoras, como si ello fuera un asunto heroico, supererogatorio, una cuestión en la que se jugaba un aspecto fundamental del estado. Y lo peor es que los protagonistas de la escena han de sentirse héroes, palmoteados por sus pares, como si hubieran llevado adelante un esfuerzo sacrificial al hacer el papel de pilares del civismo y de la democracia, de personas capaces de arriesgar su integridad por el bien del país.
Si a esa conducta evidentemente exagerada, extravagante, se agrega el hecho de que quienes acusan al presidente de violar la constitución y las leyes, son quienes han hecho de desconocerla e infringirla una práctica cotidiana, como si las reglas no fueran reglas, sino simples recursos instrumentales del poder, el panorama es completo.
Es como si hoy la política estuviera reducida no a discernir lo que es mejor y más bueno para todos (¿era eso, verdad?) sino a la tarea más inmediata, y con seguridad más entretenida, de simplemente imaginar formas en que las reglas puedan ser usadas como instrumentos para el logro de objetivos inmediatos que, en este caso, no es la destitución del presidente (algo que todos saben no debiera ocurrir en el senado) sino, se ha dicho, la ¡unión de las fuerzas opositoras! , confesando así que no son las ideas las que unen a la oposición, sino el simple hecho de haber erigido a la figura presidencial (en una conducta que a nivel individual sería muestra de insania) en la causa e inicio de todos los males que la sociedad chilena experimenta, una figura transferencial en la que se proyectan todas las frustraciones.
Cierto: el presidente se ha esmerado en su vida pública por dar oportunidades para que se le acuse de esto y de lo otro; pero nada justifica que el Congreso y sus integrantes decidan que, a los disfraces, las selfies, los cantos seniles de algunos de sus miembros, lo siguiera este otro espectáculo al que no cabe calificar sino de ridículo y en el que en rara hermandad se abrazan Naranjo y Jackson, lo que alguna vez se creyó eran, respectivamente, la vieja y la nueva política.
Error: era la misma en una de sus más feas versiones.
"La votación de ayer fue un espectáculo al que no cabe calificar sino de ridículo y en el que en rara hermandad se abrazan Naranjo y Jackson, lo que alguna vez se creyó eran, respectivamente, la vieja y la nueva política.