El Santiago que se fue
"De todos los establecimientos inexistentes, el que más se extraña es Il bosco".
Hace un tiempo fui al aeropuerto de Santiago a recibir a un amigo que llegaba al país, luego de cerca de medio siglo afuera. Su viaje obedecía a razones laborales y era por un corto tiempo. Se vino unos días antes para tener la oportunidad de recorrer parte de lo que su mirada y memoria aún almacenaban de la capital.
Llegó un sábado a mediodía y de inmediato iniciamos un periplo por el litoral central. Desde Cartagena hasta Viña del Mar, deteniéndonos solo en Isla Negra para visitar la casa de Neruda. Mi ocasional acompañante, quedó abismado por el inmenso desarrollo inmobiliario que se aprecia en la costa.
Estaba informado de ciertos cambios que había experimentado Santiago a través de reportajes, películas, noticias, etc., y había visto que la zona céntrica permanecía sin mucho cambio, tal vez uno que otro edificio en altura, pero la gran mole de hormigón tradicional permanecía casi intacta. Quería recorrer esas calles y reencontrarse con símbolos e hitos que guardaba su memoria.
Lo primero que llamó su atención al emerger de la Estación Universidad de Chile del Metro, fue el comercio ambulante que invade las calles y la proliferación de farmacias y de locales de comida chatarra. A medida que fuimos recorriendo el centro fue constatando la desaparición de locales emblemáticos como Los Gobelinos, A la Ville de Nice, Scappini, Gino y Flaño la mejor tienda de ropa masculina hasta los setenta.
También llamó su atención la inexistencia de El Savory 2 y su sándwich Español, las Pizzas al paso del Ravera que nos salvaban en la época de estudiante pobre, los jugos naturales del Flora, las onces del café Santos, Waldorf y del Paula. De estos locales, uno de los pocos que subsistía igual era El Rápido donde nos servimos 2 y 2.
Obviamente no encontramos el teatro Opera funcionaba la compañía de revistas Bim Bam Bum, en el cual lucieron las vedettes más rutilantes Chile y Latinoamérica. Echó de menos todos los cines de antaño, sobre todo el Windsor y Gran Palace, ambos de gran estilo, este último cuyo desnivel de butacas garantizaba que nunca una cabeza delantera impediría la vista.
De todos los establecimientos inexistentes, el que más extrañó fue el restaurant Il bosco, ubicado en Alameda, entre Estado y San Antonio. Local que, a partir de 1947, y por casi cuatro décadas, fue el epicentro bohemio del ambiente intelectual, político, cultural y artístico santiaguino. Atendía 24/7. En Ahumada, obviamente no encontró al personaje colorín que, saltando en forma permanente, predicaba la palabra de Jesús, terminando su arenga con un tremendo vozarrón solicitando "Gloria al Pulento".
Después de deambular por el centro y constatar cuánto éste ha cambiado, noté en el rostro amigo un rictus de decepción y una mirada húmeda, tal vez producto de no haber encontrado lo que su mente atesoraba.