El auge de las piscinas callejeras en el sector norte alto de la ciudad
TENDENCIA. Las piletas de plástico son una alternativa comunitaria para una zona que carece de esparcimiento.
La calle Chinchilla, al final de la población Raúl Silva Henríquez, bajo la falda de un cerro amarillo pato, mantiene a un costado del asfalto, y frente a una hilera de casas, una serie de edificaciones hechizas. A simple vista, estas construcciones dan la impresión que se tratara de un incipiente campamento. Sin embargo, al observar bien lo que hay al interior, queda claro el objetivo de éstas. "Son lugares de esparcimiento, patios; o pequeñas quintas de recreo familiares", responde Luis Espinoza, quien permanece junto a su señora, hijo pequeño, y dos perros salchichas, en una suerte de pérgola.
En el lugar, de unos seis metros de ancho y otros seis metros de largo, habitan plantas, juguetes y la casita de los perros. La pérgola de Luis, limita con otra similar, que da hacia una siguiente, donde sobresale una piscina de plástico de tamaño mediano y una bicicleta estática; es decir, un improvisado gimnasio dispuesto sobre la arena y cubierto por una malla raschel.
Luis explica que el surgimiento de estas "pérgolas", como les denomina, no responde a otra necesidad que extender sus viviendas, que son del tipo social, pequeñas y enjutas. "Por lo alto -dice-, la ciudad llega hasta aquí. En adelante, es cerro. Entonces, como vecinos, que tenemos buena convivencia, se nos ocurrió crear estas pérgolas frente de la calle; además que aquí, no llega nadie. Es un lugar tranquilo, por lo lejos que se encuentra. Nadie nos molesta. Con la finalidad de contar con una zona para distraernos, creamos esto", afirma.
Lejos de la playa
La población Raúl Silva Henríquez se desgrana hacia abajo, entre pasajes y calles empinadas donde a ratos circula locomoción colectiva. En el sector son visibles varias piscinas de plástico, afuera de las casas. Andrés, quien vive en el pasaje Cosca, reconoce que son la mejor solución para los niños y niñas durante el verano, por la lejanía de la playa.
Desde arriba, o sea desde lo alto de la calle Pablo Neruda, los condominios de La Chimba parecen cajas de fósforo. Andrés aclara que es casi una hora caminando llegar a Pedro Aguirre Cerda. En consecuencia, lo mejor, indica, es solucionar el problema de bañarse en verano. Así se generan estas piscinas. "Mi hija y una amiga de ella, de su edad, son quienes más las disfrutan. En general, aquí se vive mucho en la calle, puede decirse que se hace vida comunitaria. Y no porque seamos sociables, sino porque las casas son pequeñas y las familias crecen. No hay espacio", indica.
Las piscinas
Yendo hacia al sur, bajando por la calle Nueva Vida hasta los Chungungos, son visibles, a los costados de las casas, una serie de piscinas de todos los tamaños. Cristina, quien es dueña de una pileta, por calle Los Chungungos, asevera que son utilizadas los fines de semana, por lo menos en su caso. "En verano la sacamos. Preferimos quedarnos por acá, que bajar a la playa. Nosotros nos juntamos entre cinco vecinos y compramos una piscina para nuestros niños y niñas. A veces suceden estas cooperativas entre vecinos, y en otras ocasiones, es algún vecino, buena onda, que la compra para todos", dice la mujer, quien reconoce que la actividad social se hace en torno a la alberca en verano.
"Aquí todos nos ayudamos en lo económico, a veces hacemos rifa para ayudar a alguien. Siempre solidarios por estos lados", resalta.
Las calles de los sectores altos de La Chimba, a veces, no están en las mejores condiciones. Los vehículos saltan a menudo. Más abajo, pisando el sector Bonilla, la estrechez de los pasajes da cuenta de la carencia de espacios. Las nuevas construcciones se encaraman sobre los techos, ahogando las breves calles. Así, a lo largo de la calle Río Maule, con todos sus rostros -algunos marcados por el consumo de droga-, surgen vericuetos que, como dicen los vecinos, cada cierto día se cierran porque hay tardes de piscinas, o fiestas de piscina.
En el lugar es frecuente que algún "vecino generoso" arme una fiesta por la tarde de un fin de semana, alrededor de la piscina. "Hay música, parrilla, cerveza y piscina; que mejor", afirma Rosario, quien vive en los alrededores de Río Maule. "Aquí nadie se preocupa de cómo y dónde salen las cosas, sino que haya para pasarlo bien", dice la mujer, que nos insta a irnos luego porque nadie nos conoce. Bajamos por un pasaje y tomamos la avenida Bonilla con dirección al sur.