La "mini ciudad de migrantes" que crece sin ninguna regulación a un costado de Mejillones
COMUNIDAD. Recorrimos las estrechas calles del Campamento Internacional, a través de la señora Elsa Navea, una emblemática dirigente, a quien todos respetan en el sector.
La señora Elsa Navea dice con entusiasmo, al frente de su casa, que la noche anterior, espantó con un bate a unos ladrones. "El otro día me robaste el mueble, le grité a uno, y ahora me vienes a robar de nuevo. Son ladrones. No son de por acá. Aquí todos nos conocemos", aclara.
La señora Elsa camina lento por unas calles, a veces estrechas y terrosas, que llevan nombre de los países donde son originarios los migrantes, es decir: Bolivia y Colombia, entre otras. Como está de moda Corea, también hay una calle que tiene ese nombre. La señora Elsa a cada tanto saluda. Puede decirse que ella es la voz cantante del campamento; el rostro, si esto se tratara de un canal de televisión. Sin duda, la mujer clave del Campamento Internacional de Mejillones, también llamado campamento "Las Industrias", y que alberga a alrededor de seis mil personas, en su mayoría migrantes bolivianos y colombianos, en ese orden. El dato anterior lo transforma en el campamento más grande de la región, y quizás en el más numeroso del país.
La señora Elsa a cada tanto se detiene. "Me vine de Arica en 2006. Saque la cuenta los años que llevo acá -propone-. Aquí vivo con mi nieta de 13 años. Ella va en octavo básico. Mi jubilación es baja. Ahí me las arreglo para sobrevivir", afirma con la vista en algún detalle de casas que están en constante expansión. No se le escapa nada a Elsa, quien es de las pocas chilenas que residen en el asentamiento.
Hecha la presentación, la señora nos conduce a un sector donde se quemaron siete casas y falleció una persona. Explica que los hogares, en general, son de material ligero; planchas de madera, "que, en el caso de fuego, encienden al tiro", comenta.
Las viviendas son tema de cacareo en el sector, "o sea por tu casa te conocerán", dice. Los inmuebles hablan por si mismos, en cuanto a los recursos y negocios de sus ocupantes. Hay viviendas hechas con bloquetas de cemento; otras amplias, con terminaciones de madera; las hay hasta con piscinas y varios estacionamientos. Los vehículos de marca, algunos del año, puede apreciarse en las calles. En un costado, por calle Naciones Unidas, pueden verse quinchos bien armados. A veces una persona es dueña de otras casas, y las arrienda. Arrendar una casa bordea los 200 mil pesos en promedio, a veces un poco más. "Este no es un campamento de pobres", esclarece Elsa, mientras saluda a un vecino.
La mujer, mientras camina, indica que la mayoría de las casas cuenta con medidores de electricidad; lo que es un punto para ella, porque encabezó las gestiones. "El agua la pasa la sanitaria. Los colombianos hicieron las instalaciones por debajo -en medio pasa un camión de la municipalidad con basura. Elsa les hace un gesto amigable-". Por un costado de una calle hay un delgado hilo de agua servida con moscas. "Hay sectores donde hay filtraciones de agua. Cuando pasemos por la calle Bolivia, usted verá los pericotes aplastados -minutos más tarde los vemos, en una imagen poco inspiradora-", sostiene.
Incendio
El incendio de las siete casas es el tema de la señora Elsa y del campamento, en general, en las últimas semanas. La tragedia ocurrió en la madrugada del 21 de febrero. El saldo fue de un fallecido y ocho lesionados; y perdidas totales en lo material.
La zona afectada es un peladero con restos de materiales de todo tipo. El monótono golpeteo musical del trap brota desde una casa. Un par de perros ocupan las escasas sombras que dejaron las ruinas. Frente al triste peladero, dos niños juegan bajo la mirada de una mujer, y sus pequeños perros amarillos. "Para el incendio, nosotros estábamos acá en la casa, con mi hija, junto a mi cuñada, y otros dos niños más chicos. Lo más dramático fue que personas quedaron atrapadas en las casas. No podían abrir la puerta. Salí porque pidieron auxilio. El humo estaba en todos lados. Los que se salvaron saltaron por la ventana. Salieron. A un abuelito no pudieron sacarlo. Cayó el segundo piso. Y las llamas se esparcieron. Dos autos explotaron. El fuego saltó para todas partes. Lo peor es que los bomberos no sabían por dónde entrar. Los pasajes son muy estrechos. Fue una pérdida de tiempo, pero, gracias a Dios, los bomberos pudieron controlar el incendio porque el fuego iba a avanzar hacia nosotros. Tuvimos que salir por atrás de la casa, con los niños", relata Wilma Jare, boliviana, quien lleva cuatro años habitando el campamento.
Héctor Landazuri es colombiano, de Buenaventura. El dice que tiene seis años en el campamento, junto a su familia. Habita a media cuadra del sector del incendio, y le preocupa la situación de un compatriota. "Las ayudas no se han hecho presente. Las promesas al parecer quedaron en promesas; de lo que se habló en su momento, nada -subraya-. Nosotros le estamos colaborando a nuestro paisano, que está alojado en otra casa. El quiere levantar su espacio, una vez que mejor su salud. Aquí el problema son las calles estrechas. Eso le compete a la municipalidad. Si bien esto es un terreno ocupado ilegalmente; son ellos, quienes deben poner un límite. Y no lo han hecho", dice desde la puerta de su casa.
La señora Elsa le pide a dos jóvenes que bajen el volumen de la música (el trap). Los jóvenes le hacen caso. Landazuri continúa: "Todos nos conocemos. Los que llevamos tiempo acá, sabemos quienes somos; es tanto, que sabemos de los espacios tomados. Hay personas que se empiezan a ampliar de a poco; con qué objetivo, no se sabe. Y esto es muy verraco porque uno no tiene autoridad sobre nadie. Hay personas que han actuado de mala fe".
Desalojo
Desde hace una semana la señora Elsa está preocupada por le destino de una madre con sus dos hijos, todos chilenos-colombianos, a quienes los han amenazado de desalojo. La historia de la mujer grafica la improvisación con la que se realizan los arriendos.
Ingrid Surani Rementería, 23 años, colombiana, de Buenaventura, lleva cinco años en Mejillones, dice desde la puerta de la casa cuestionada. Narra que una persona de la municipalidad llegó a su casa y "me habló fuerte, que tenía que desocupar la casa. Todo delante de mis hijos. Le dije que yo no trabajo, ni tengo dónde caerme con mis hijos. El me dijo que no le importaba. Yo como no estoy trabajando, no tengo a dónde meter a mis hijos ni tengo quien mes los cuide. No tengo como pagar el arriendo. Me dijo que les pidiera ayuda a los vecinos, pero estos no tienen nada que ver conmigo. No tengo a dónde ir".
Ingrid dice que no le explicaron la razón porque debía desalojar la casa que ocupa hace dos semanas, "pero su argumento era que el sector no estaba habilitado para hacer otra vivienda (es la última casa que se asoma en una calle tipo industrial). Le insistí que no tengo donde pasar la noche. Incluso los vecinos me están arreglando el baño, porque no tengo donde duchar a mis hijos. Tengo una cama allá, una mini cocina por ahí, y los vecinos me pasan la comida. Hay solidaridad. No tengo ni agua ni luz, aunque un vecino me está pasando".
Explica que anteriormente ellos compraron un terreno, en calle Serrano, "a la señora Ximena. Nos vendió un terreno en dos millones, y nosotros le pasamos un millón 300 y algo. En el momento que íbamos a construir, la señora había vendido el terreno, a dos personas más. Nosotros no pudimos construir ahí. Esa señora nos estafó. No teníamos papeles de notario ni nada, todo a lo amigo. Le dijimos que queríamos el terreno, y no el dinero, porque no teníamos a dónde meternos. Ella nos dijo que nos arreglaba un terreno de al lado; la señora nos dijo que porque ese era de ella. Así buscamos la opción y nos vinimos para acá. El chico de la municipalidad me está diciendo que tengo que darle 500 mil pesos para no desalojarme". Su pareja, aclara, salió a rebuscársela para traer el almuerzo.
Internacional
La calle Internacional es la principal, o la comercial, dentro del campamento, y donde quizás se pueden encontrar la mayor cantidad de productos bolivianos a la venta. Es una calle amplia, donde conviven la mayoría de los negocios del barrio, especialmente almacenes, pequeños supermercados y hasta restoranes, donde venden tamal al horno o la olla, salchicha boliviana o yuca, entre otras cosas.
Un señor, de un negocio, le regala una Inca Kola a la señora Elsa. Luego pasamos por otro almacén, donde un comerciante boliviano nos muestra con satisfacción sus productos traídos directamente desde el otro lado de la cordillera.
Ronald Flores, representante de la colectividad boliviana de Mejillones, quien habita en el campamento, dice que la comuna es muy tranquila y familiar. "Como la comuna es pequeña hay solidaridad. Con los migrantes hay cierta familiarización, no sucede como en otros lados. El alcalde siempre colabora con todos. Aquí las personas no se fijan si éste es colombiano, boliviano o chileno, por lo menos, en mi experiencia, he visto la ayuda y colaboración. Y el boliviano siempre se las arregla para trabajar", indica.
La señora Elsa dice que el campamento no es el peor ni mejor lugar del mundo para vivir; una "mini ciudad" al fin y al cabo, con perfecciones e impurezas, pero organizada.