María Elena Moll
El epígrafe no dice "a quien tanto quería" sino "con quien tanto quería" dijo la profesora en ese lejano primer año de Pedagogía. Y algo parecido a un suave temblor empezó a aparecer en la sala de clases. Como en un corro de magia aparecieron Miguel Hernández, las elegías, la temprana muerte, la despedida. Y siguieron naciendo tantos mundos, tantos Unamunos, tanto refinamiento en la palabra.
María Elena Moll continuaba hablando, desde una voz que contenía toda la magia de la poesía, una voz que convocaba la necesidad de abandonar nuestra ramplonería para ir tras la maravilla. En ella todo era sorpresa y desafío, exigencia y claridad.
El tiempo permitió que compartiéramos el largo camino de enseñar y continuar aprendiendo. Y en la cotidianeidad de su cercanía no hubo otra suerte que conocer las costuras que albergan una sensibilidad como la suya. Lectora impenitente, gozaba también de la música, de los deleites del buen cine, de las comidas que le recordaban la España de su familia. Todo ello revestido de una finura que traspasaba a su humor irónico y a su risa de campana.
Fue una gran maestra, entendiendo por tal a quien ayuda a sacar una vocación adelante, a quien transforma la pasión informe en claridad y propósito; por ello expulsaba los mercaderes del templo cuando se trataba de defender el buen uso de la palabra.
María Elena, la que llenó tantos espacios de crecimiento, deja un vacío que no tiene nombre. Por eso esta pena que nace, esta pena que es la recordación de algo que nos faltará siempre. Como dije una vez, es como un cangrejo que se aloja en el pecho, haciendo la respiración más corta y los recuerdos más largos.
Ya nos encontraremos, amiga, y será como estar en casa, porque
"A las aladas almas de las rosas/ del almendro de nata te requiero, / que tenemos que hablar de muchas cosas, /compañero de alma, compañero".
Antofagasta, agosto de 2022.
Patricia Bennett. Miembro Academia Chilena de la Lengua.