Cuando mueren las ramadas…
Un día, aparecen varios camiones cargados con madera y cartones. El terreno se muestra propicio para instalar esperanzas. Van a levantarse las ramadas "dieciocheras". El Estadio Regional yergue su majestad. Varios postes tricolores señalan viejos dominios. Los camiones empiezan a descargarse. Los hombres trabajan, con ahínco. No demoran en surgir las primeras paredes, en organizarse las primeras calles de las fondas. El "18" avanza, a grandes pasos: ¡hay que apurarse!
Reventado el primer ¡Viva Chile!, zapateadas las primeras cuecas, las ramadas inician su reinado. Breve reinado de chuicos y empanadas, de "aros" y "cuerpos malos".
Las ramadas constituyen refugios de chilenidad, altares en los que la Patria es santificada en vino y en "huifas". ¿Quién no se siente atraído por el rumor de su fiesta? El "18" exige que se le tribute, en las ramadas, un amor gritón y familiar, con la boca llena de buenas "presas" y la ropa condecorada por rosetones de tinto generoso.
Pero, pasan el 17 y el 18, amanece el 19 y, con la medianoche, se precipita el 20, echando abajo los engalanamientos. El amanecer del 20 se ofrece desolador. Corre un aire frío, de adiós y derrotas. Se marchitaron las ramadas, se pusieron feas las luces, las manchas de vino entristecen las mesas, las sillas son ocupadas por fantasmas de una muy lejana alegría.
Las ramadas principian a desarmarse, para que sus maderas y cartones, sus copas y platos, duerman hasta el, ahora, distante nuevo "18". ¡Horrible visión la de los días en que van desapareciendo! Adquiere, allá, un aspecto de inutilidad y de júbilo hecho pedazos.
Durante días, cruzamos delante de las ramadas que mueren. Nos inundan penas desconocidas. Pensamos en las voces que hincharon aquellos aires. Pensamos en los sueños que fortalecieron, animados por un "pie" de cueca feliz. Pensamos en los ¡Salú! bravíos.
Poco a poco, el terreno torna a ser una desolación. Entonces, desganada y lenta, descubrimos que esa nostalgia "dieciochera" es la única sombra que se divisa en esta perspectiva de sol y soledad.
Andrés Sabella, El Mercurio de Antofagasta, 19/09/1979.