Visiones económicas opuestas
José Miguel Serrano, economista Universidad de Columbia
Vivimos una época altamente politizada, que se puede resumir como la definición entre dos posturas claramente divergentes. Por un lado están quienes privilegian un Estado más pequeño abrazando el ideario neoliberal, y por otro los que apoyan la filosofía del bienestar social garantizada por el Estado.
El economista austríaco Friederich Hayek, muy seguido en Occidente y en Chile, entrega desde el liberalismo una argumentación en contra de cualquier tipo de intervención estatal exagerada en la vida de las personas, y en especial desde el punto de vista económico.
La idea de justicia social, identificada plenamente con los resultados de las políticas del Estado Social de Derechos, es para Hayek algo sencillamente indeseable. Reconoce sin objeciones que la distribución de la riqueza es injusta, y lo sería más aún si hubiera sido deliberadamente planificada. Sin embargo, cree que al ser tales "injusticias" creadas por el ·mercado· en condiciones de total libertad, es muy difícil aceptar que dicha distribución sea verdaderamente injusta, dado que el mercado no puede hacerse cargo del carácter moral de sus actos. Hablar de justicia e injusticia con respecto a una distribución que nadie ha creado, es para Hayek un error.
El mercado es libre, y como tal, produce resultados que no han sido previstos ni planeados, sino que son espontáneos. Indudablemente, los resultados podrían manejarse, pero sólo en aquellos casos que sean considerados como excepcionales.
Hayek rechaza de plano la intervención sistematizada del Estado en búsqueda de la justicia social, pero sí reconoce que éste debe utilizar mecanismos coercitivos para obligar a sus ciudadanos a prestar una ayuda a los más desfavorecidos (discapacitados, ancianos, desempleados, etc.), con el objetivo de asegurar la supervivencia primero, y también insertarlos dentro de la sociedad de la mejor manera posible. Los ciudadanos, más que el Estado, deben cooperar y apoyar.
He aquí el liberalismo en su clásica acepción, y aunque en Chile hay variantes que si bien suscriben estos postulados, le agregan componentes sociales que hacen menos ortodoxos dichos planteamientos. Es más, me atrevería a decir que el pensamiento de las grandes mayorías está bastante alejado de estas ideas conservadoras.
La buena noticia para Chile es que hay una argumentación innovadora que revitaliza la filosofía política y económica. Es el concepto de una sociedad regida por la economía de mercado, y a la vez diseñada desde su estructura básica para beneficiar socialmente a los menos aventajados, sin instaurar un régimen redistributivo del ingreso basado en principios arbitrarios, como se intentó hacer desde la fallida Convención Constitucional (y como continúan intentando hacerlo varios miembros del actual gobierno).
Es decir, una nueva argumentación que propone la idea de un Estado sólido cuya meta es la justicia social, pero con plena libertad de elegir democráticamente, para evitar una ruptura a través del excesivo intervencionismo estatal.
Este concepto se constituye en una respuesta maciza a la doctrina ultra conservadora, pero más contundente aún ante las propuestas "estatizantes" de la extrema izquierda que pretenden asfixiar el libre albedrío, coartando las posibilidades de elegir entre diferentes alternativas y maniatando la libertad de emprender con autonomía democrática.
Con esta filosofía moderna de mercado, en cambio, se incentiva y favorece la posibilidad de que los ciudadanos puedan elegir los principios de la justicia social, sin que ello implique la opresión de un segmento de la población, ni la destrucción de las libertades individuales.
"El mercado es libre, y como tal, produce resultados que no han sido previstos ni planeados, sino que son espontáneos. Indudablemente, los resultados podrían manejarse, pero sólo en aquellos casos que sean considerados como excepcionales".