La encrucijada
"Esa entramada conexión entre poder, deuda y desconocimiento generan estos sentimientos de una absurda e injusta realidad en las personas". Francisco Javier Villegas, Escritor y profesor
Nos llenamos de deudas. De uno y otro tipo. De lo que había en una noche, en otro tiempo, a lo que vimos, después, en las siguientes mañanas, fue encontrarnos con un panorama desolador. Que cuándo empezó la crisis, en verdad, nunca la supimos bien con claridad. Solo vimos su consecuencia negativa y su irremediable dramatismo. Por esa razón, no estamos en condiciones de colocar notas ni sugerir circunstancias a las cosas que hasta ahora enfrentamos: escasez de cultura, desempleo, pérdida de confianzas, falta de meritocracia para los cargos, desigualdad y ese gigantesco endeudamiento de las personas en nuestro país. Hoy nos endeudamos hasta por un café. E inclusive para la comida mensual. Es decir, nos movemos en una rueda. En la bicicleta de la deuda. Y, al parecer, nadie escapa a esa situación.
O sea, las cosas de las cosas nos las compramos con deuda. Entonces, ¿cuándo una deuda es sana? ¿Cuando sirve a la causa de un individuo que le permita sobrevivir, a lo menos? O ¿es cuando la rueda del problema entra en el "juego del todo es oferta"? Entrar en esa lógica nos ha hecho mal como país y como sociedad. Todos sabemos que asumir deudas es quedar con ella de forma vitalicia. Las palabras repactar, renegociar y refinanciar vienen a ser parte de la espiral, en rigor, de una vigilancia económica para las personas que viven en el sobreendeudamiento que, además, se acompaña de conceptos publicitarios como "tome las mejores alternativas", "solucione todos sus problemas de endeudamiento" o "no se confunda ya que puede terminar pagando más".
Tras navegar en el incompatible reconocimiento de que cada día aparecen peores condiciones de pago, que el capital adeudado aumenta hasta las nubes y que la tasa de interés se extiende hacia el infinito y más allá, las personas recurren a intentar salvar su alma con la ideología del desconocimiento y, también, bajo la consigna del temor porque, en la suma de los datos tóxicos, la vigilancia se llena de llamados de cobranza y de amenazas de embargo. Y como el sentimiento de vivir adecuadamente, a partir de un sueldo digno, no entra en esta lógica de las verdaderas dimensiones atómicas del beneficio humano, caemos, día tras día, en el "black hole" del endeudamiento. Por esa razón el sol es ciego en estas gravedades. Por esa razón no nos desenchufamos del consumo y no elegimos las cosas primordiales. Adquirir o conseguir libros, por ejemplo, no es prioritario en un hogar; pero, sí el último modelo de un televisor. Entonces, perdidos en nuestra privacidad, los dueños de nuestro ser son entes financieros que no permiten lo que se llama, técnicamente, el descalce temporal y absoluto entre ingresos y egresos con el fin de poseer el anhelado bienestar. Por esa sin razón, casi cerca del 60% de los hogares en Chile tienen deudas; por esa otra sin razón, la deuda de una persona, en nuestro país, es 3,5 veces su sueldo y qué decir de esa friolera que señala que prácticamente 7 personas que trabajan, de 10, obtiene menos de $500 mil pesos. Son cifras para sentir escalofríos.
Esa entramada conexión entre poder, deuda y desconocimiento generan estos sentimientos de una absurda e injusta realidad en las personas ¿Quién quiere tanto poder con semejante invasión en nuestros bolsillos? Antes, las deudas eran solo para bienes durables; hoy, el brutal endeudamiento es a todo asunto. La desposesión de los salarios es de tal magnitud que se ha caído en la absoluta insuficiencia tanto por el valor de los pesos que llegan a los bolsillos como por lo dramático que es la precarización y la catastrófica estructura laboral, financiera y productiva sobre la que estamos situados. Piense, tome conciencia y preocúpese.