La Muerte de Rimbaud
Arthur Rimbaud nació en Charleville en las Ardenas, el 20 de octubre de 1834. Con una poderosa inteligencia desplegada, a los 16 años empieza a escribir. Su pensamiento es sorprendente, sin vacilaciones ni prejuicios. La madre no lo acepta. El tema que descubre es un oratorio de volcán. Rimbaud la siente su enemiga. La presiente espiando sus días. Pensamos que la embriaguez de huellas que domina a Rimbaud entre los 19 y los 36 años nace de este no entenderse con su madre. Madame Rimbaud es para el poeta una "boca de sombra", que solo se aclara pronunciando una palabra: oro. El vagabundo de París, de Bélgica, de Asia, de Java, de Chipe, de África, de Abisinia, de Harrar, de Adén y de Marsella, trota embriagado por una obsesión: el retorno a las Ardenas, exuberante de oro para demostrar a su madre que él también sabe ganar dinero.
Rimbaud acaba de escribir su magistral "Barco Ebrio" en 1871 y "Una Temporada en el Infierno", en 1873. Es preciso partir sin ninguna salpicadura de recuerdos para la gran empresa que se propone. Caen los ídolos de espuma dorada, suenan las primeras distancias de la fuga. Rimbaud declina escribir. "¡Ni una línea para la poesía!" Pero en cambio, para no mutilarse estúpidamente por dentro, enfriándose para toda intensidad, principia a vivir en poesía, esto es, transforma en ejercicios y en pasión todos sus lampos creadores de poeta.
Como un héroe de la poesía, cuánto realiza es acción poética. Su época de obrero en las canteras de Chipre, sus negocios de marfil, son regidos por la ley de un poema, son poemas que se viven bajo ráfagas de furor:
"He llorado mucho. /El alba es dolorosa/ toda luna es cruel/ y amargo todo sol"
No obstante, los sacrificios y las desgarraduras, Rimbaud no vuelve victoriosamente al hogar. Es traído desde Adén a Marsella inmóvil y abatido. El hombre incansable, regresa con su pierna derecha anquilosada. Es preciso amputarla. Luego el mal lo trueca en una desolada estatua, pues la anquilosis lo osifica completamente.
El 10 de noviembre de 1891, junto a su hermana Isabel, muere, esperando el llamado de un misterioso capitán que ha de engancharle para un crucero alucinante. Quién fue capaz de tocar las márgenes del genio, de la soledad, del espanto y la locura, penetra la última orilla, aterradoramente solo.
Andrés Sabella, El Mercurio de Santiago, 1962