En los próximos días miles de niños y jóvenes deberán rendir el Simce en 4to básico y II° medio. Se trata de la primera aplicación en esos niveles desde 2018 (en los años siguientes no pudo realizarse), lo que ha despertado tensión y atención en el sistema. Tensión, porque se han reavivado discusiones sobre la utilidad del instrumento. Atención, porque después de años de pandemia dicha evaluación nos permitirá saber el verdadero impacto en los aprendizajes. Al respecto, tres breves reflexiones.
Primero: el Simce ha sido un instrumento fundamental de la política educacional. Su aporte ha sido entregar información sistemática y objetiva sobre los niveles de aprendizaje de las asignaturas troncales, permitiendo evaluar y ajustar las estrategias de mejoramiento a nivel nacional y de cada establecimiento. Además, desde 2014 considera los Indicadores de Desarrollo Personal y Social (IDPS), que ha permitido ampliar nuestra consideración y evaluación de la calidad educativa.
Por supuesto el Simce no mide todo, tal como un examen de sangre no refleja todo nuestro estado de salud. Pero son instrumentos fundamentales porque aportan información sobre parámetros críticos. Por ejemplo, ¿cómo no va a ser importante saber - de manera objetiva, comparable y transparente - cuántos niños de un colegio entienden lo que leen?
Algunos han indicado que el Simce no ha contribuido a mejorar la calidad educativa, apreciación que resulta discutible: el Simce es un termómetro, no un remedio. Si hay un problema en el mejoramiento educativo hay que revisar el funcionamiento del Sistema de Aseguramiento de la Calidad en su conjunto y las restricciones que impiden a nuestro sistema desplegar todo su potencial. Deshacernos del termómetro no ayudaría en nada.
Segunda reflexión: por supuesto que hay problemas con el Simce, especialmente por el uso que en ocasiones se ha hecho de sus resultados. Así, por ejemplo, no es correcto que en algunos colegios se entienda como un instrumento para evaluar (premiando o sancionando) a docentes individuales por resultados institucionales; y tampoco parece adecuado que se utilice para la elaboración de ránkings de establecimientos, reduciendo la calidad de la educación a "puntajes promedio", sin considerar otros aspectos ni aprovechando siquiera los niveles de logro de los aprendizajes (que por lo demás entrega la misma medición). El Simce merece un mejor uso; pero su abuso no es problema del instrumento sino de los usuarios.
Además, no cabe duda que en muchos establecimientos el Simce ha implicado una suerte de reduccionismo curricular, en que el foco sobre dicha prueba exacerba los esfuerzos en ciertas dimensiones, en desmedro de otros. Las disciplinas troncales evaluadas son fundamentales, pero la educación es más que cuatro asignaturas.
Tercera reflexión: lamentablemente la discusión sobre el Simce se ha ido convirtiendo en otra trinchera política que divide entre "buenos y malos". Ello limita nuestra discusión sobre las mejoras que se requieren en educación en general y en el Sistema de Aseguramiento de la Calidad en particular. Tenemos que ser capaces de conversar sobre los aportes y limitaciones del Simce sin que ello implique etiquetar ni encasillar las voces en grupos irreconciliables de izquierda o derecha, de "neoliberales" o "progresistas". Desafortunadamente en el ámbito educacional se ha hecho común juzgar intenciones y argumentar en base a falacias y simplificaciones extremas. Tal como se ha señalado en otros ámbitos, nuestra discusión educativa también requiere recuperar un diálogo más colaborativo y de amistad cívica. El Simce no debe ser un muro divisorio.
A cuatro años de la última evaluación y después de una pandemia cuyo impacto se estima en 1.5 años de aprendizajes, según el Banco Mundial, Unicef, y Unesco, es fundamental saber cuál es la situación nacional de esos aprendizajes. Por eso el Simce 2022 probablemente sea el más importante de todos los que se hayan hecho. Pero no cabe duda que deberemos seguir avanzando en mejorar nuestros instrumentos y recuperar una capacidad de diálogo en educación que a veces parece perdida.
*Decano Facultad de Educación Universidad de los Andes