Profesores rurales andinos (1)
S egún documentación del Ministerio de Educación, en 1885 se crean y comienzan a funcionar las primeras escuelas primarias rurales fiscales de la actual Provincia de El Loa. En el mes de junio la escuela de San Pedro de Atacama y en agosto la de Chiu Chiu y otras más.
Es interesante recordar que, en 1908 la Escuela Mixta Rural N°12 de San Pedro de Atacama tenía sólo una docente, que era profesora normalista, la señorita Clara Carrazana Hoyos, con 5 años de servicio.
Una característica fundamental del docente rural andino era su quehacer multifacético. Durante el siglo pasado, hasta el traspaso de las escuelas a las municipalidades, los profesores fiscales no sólo trabajaban con los niños y niñas, realizaban clases de alfabetización, atenciones de primeros auxilios, compartían liderazgos sociales y culturales, eran agentes sociales identificados con "su comunidad"; y hasta, en algunas localidades, recibían el honor de ser aceptados como comuneros.
Participaban en las actividades religiosas comunales, en la construcción de caminos, limpia de canales y, en Caspana, Mario Zapata y José Guggiana gestionaron y participaron físicamente en la construcción de la nueva escuela de la comunidad y las viviendas para los dos profesores y sus familias.
"Se bajaba" tres o cuatro veces al año a la ciudad pues, se carecía de transporte, siendo los camiones yareteros los medios más utilizados. Sólo dos localidades poseían postas sanitarias y las rondas médicas comenzaron a realizarse hacia fines de la década de 1960.
En los poblados más pequeños y aislados, había que criar gallinas y conejos para intercambiar con los vecinos; casi no existía la compraventa sino, el trueque. El teléfono, la energía eléctrica, la reparación y mantención de los caminos y otros, eran sólo una aspiración que, en caso de necesidad extrema debía ser atendida por la propia comunidad y la escuela (sus profesores).
Por ello, no es de extrañar la gran variedad de aventuras que, a lo menos hasta la década de 1980, vivieron los y las docentes, poniendo en peligro su integridad personal, física y psicológica. Es una historia oral que se guarda en la memoria de los más ancianos y ancianas de las comunidades, y de unos escasos profesores sobrevivientes.
Andrés Sabella. Mercurio de Antofagasta. 1970.