Cada vez que leemos no podemos evitar experimentar un anhelo, un deseo o algún tipo de reflexión por alguna historia o por las imágenes que ella nos entrega. Eso es lo que me ocurrió cuando leí Tronadura de amor en Chuquicamata de la escritora nortina Aida Santelices Kostópulos. La lectura de su novela, en el universo llamado Chuquicamata, describe con placer e interés lo que sucede, de forma nostálgica y evocativa, a un grupo de mujeres. Dedicada a un personaje admirable, como Raquel Cornejo, quien sobrepasó los tabúes de una época, su recuerdo, de seguro, llevó a la autora para brindarnos un relato de tres apartados que, de manera simbólica, también, representa a las tres protagonistas de la historia: Sara, Cristina y Brígida.
Las vidas y los derroteros de las existencias humanas se envuelven en un ambiente que fue próspero, en una época. Próspero y sagrado; envolvente y sacrificado, a la vez. El norte de Chile, dicen, algunos, es la amalgama de rudeza y soledad, turbulencia y adversidad que se acentúa con la sensibilidad y la voluntad testimonial del viaje que significa vivir. El largo viaje del relato, como una epopeya, es también el florecimiento de una industria que no generó dimensiones críticas visibles; pero, que sí afectaron la vida de miles de personas en un territorio en que el tiempo se encargó de desplegar su verdad irrefutable: proporcionarnos la llamarada de la fugacidad de la existencia y, también, del mineral. Por tal razón, dice la autora, las vidas, cuántas vidas, en verdad, han quedado sepultadas en la montaña del tiempo, en la montaña sagrada de Chuquicamata ya que, en dicho lugar, bajo la retorta de ripios acumulada por cientos de toneladas, duermen cuerpos, almas y deseos; noches y sucesos míticos que, de gran forma, a través de esas tres presencias de mujeres, se hilvana la historia del mineral, la propia naturaleza del lugar que es una apelación de continuidad social, de migración y de enganchados que venían del sur, así como la historia de la propia historia humana. La fidelidad de la escritura se entremezcla con algunas notas históricas y de revisión bibliográfica que le dan un carácter de estudio de voluntades para acercar el sentido de una época y los quehaceres de una verdad ficcionada.
En el contexto de todos estos elementos, mezclados en lo cotidiano de la narración y en la propia ficción novelada, se desprende, desde la historia, que existe una fuerza donde lo que más importa, a mi juicio, es el fulgor de lo que puede provocar el propio cambio personal, el desarrollo consciente interno de los personajes, con posibilidades de ir hacia una raíz más íntima. La narración se proyecta, de esta manera, como una problemática abierta donde la historia de vidas es un pretexto para revelar un fondo diverso: el tiempo no se puede eludir, el campamento chuquicamatino, con sus vidas y riquezas, tuvo un final previsible derrotado por la naturaleza y por los intereses financieros y políticos.
La alternativa, entonces, es dejarse envolver en la narración que entremezcla literatura y conciencia histórica en una idea narrativa interesante: la polifonía de voces, el rescate de las historias humanas, la búsqueda de las raíces para satisfacer lo trascendente vinculando verdad, el carácter testimonial y la reciedumbre de la mujer y hombre nortinos. El libro comienza así: Algunas horas después de la tronadura minera del mediodía, que se siente hasta en Calama, fuimos a dejar el cuerpo de Sara hasta su última morada. Ella, nunca se acostumbró a estas explosiones, le alteraban los nervios creyendo que eran temblores.