La deforestación submarina que moviliza a pescadores y científicos
INVESTIGACIÓN. La fiebre por huiro trajo consigo un mercado negro en que recolectores furtivos ingresan hasta los bosques submarinos para cortar el alga y venderla.
"L a isla no te deja solo", dice Marcos Callejas, sentado en un fardo de huiro, con un parlante portátil sobre sus piernas en el que suena un trap chicharreante. Aunque el precio del alga bajó dos tercios en un par de meses, de un dólar y medio a sólo medio dólar el kilo, Marcos no se queja. Incluso siente cierto alivio de que no haya tanto recolector furtivo en la isla, como cuando el precio estaba en el peak. "En diciembre estaba lleno de botes a motor. De la orilla veíamos como se metían mar adentro a cortar los huiros, pero no podíamos hacer nada", relata.
"La isla está bendecida", agrega. Marcos tiende a lanzar ese tipo de frases cortas y profundas que parecen no encajar con el trap que escucha. Hoy es un día que ejemplifica lo que dice. Hay viento fuerte y marejadas. Lo que para el resto de los pescadores es mal tiempo, para los recolectores de algas es bendición. Con las marejadas se sueltan los huiros más grandes de los bosques submarinos y llegan flotando hasta la costa. Hoy hay tanto huiro en la orilla, que faltan manos. De hecho, el grupo formado por Marcos y seis personas más, sabe que no logrará recogerlo todo y que en la tarde el mar se llevará de vuelta el huiro. El mar da y el mar quita.
La labor de los recolectores de la Isla Santa María, en la costa del Desierto de Atacama, comienza a las 7 de la mañana. Cruzan en kayaks hasta la isla y luego caminan cerca de media hora hasta los varaderos de huiro: pequeñas bahías en que encalla la preciada alga que es la razón por la que llegaron a vivir a ese punto del mapa donde no había nada más que piedra, viento salino y lagartijas.
La mayoría llegó hace más de 10 años y se quedó enganchado. El lugar donde habitan queda justo frente a la Isla Santa María y ya es un villorrio de unas 40 casas de madera. Ahí abundan los perros, nadie se pone bloqueador solar y casi todos, incluso los niños, son expertos nadadores y remeros.
El villorrio donde viven Carmen y Marcos se llama Caleta Errázuriz y ahí la mayoría de los recolectores de algas son mujeres. Por eso casi siempre la presidencia de la agrupación ha estado al mando de una mujer y eso llevó a que el poblado sea conocido como "la caleta de las matriarcas".
La primera en llegar fue Leandra Maluenda, que se instaló con una carpa. Hoy la hija de Leandra, Samira, es la presidenta de la agrupación.
Samira tiene la piel bronceada y se mueve con agilidad por la playa a pesar de su avanzado embarazo. Aunque no está trabajando en el huiro, sí está asistiendo a reuniones con autoridades. Dice que le gustaría que el Estado les entregara un área de manejo para que pudieran trabajar más tranquilos, que las autoridades y algunos académicos a veces las tratan como depredadoras porque se dedican al huiro, y que ellas más que nadie están interesadas en conservar el recurso: "cuando barretean, demora en crecer y nos quedamos sin huiro por mucho tiempo… cómo vamos a querer que se acabe si de esto vivimos".
Sombras de explotación
La explotación de algas está llena de sombras. En las áreas abiertas y de libre acceso (es decir, que no están a cargo de alguna organización de pescadores), solo se permite la recolección del alga que llega flotando hasta la orilla. Pero cuando hay altos precios en el mercado