En su libro "Economía y Sociedad" (1922) el sociólogo Max Weber plantea la diferenciación entre ambos conceptos. Por "poder" se entiende "la probabilidad de imponer la propia voluntad dentro de una relación social, aún contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de dicha probabilidad". En tanto, la "dominación" se define como "la probabilidad de encontrar obediencia dentro de un grupo determinado para mandatos específicos o para toda clase de mandatos".
Un buen liderazgo, nacional y local, debe llevar aparejado ambos conceptos para que su poder sea efectivo, caso contrario, se cae en un tipo de "liderazgo asignado" en donde se concibe automáticamente a una persona como líder por el sólo hecho de tener un cargo designado o de elección popular, sin trascender más allá. Por otra parte, desde la perspectiva de Weber, el poder y la dominación ejercidos por una autoridad no necesariamente deben ser negativos - como se piensa habitualmente- si no que puede contener elementos positivos. De hecho, cuando lo último ocurre es mucho más probable que quien esté investido de un liderazgo real, ejerza tanto poder como dominación simultáneamente, ya que la percepción de las personas será que el líder actúa en beneficio de un proyecto colectivo y no personal. Sin embargo, la mayoría de las veces podemos encontrar a nivel nacional y regional, autoridades de diversos sectores políticos, que ingenuamente asumen que por poseer cierto grado de poder logran dominar a sus huestes, lo que no siempre ocurre, produciéndose muchas veces desavenencias y desencantos.
Es absolutamente necesario que en nuestro país y región proliferen liderazgos positivos, que estimulen la concordia y proyectos colectivos, evitando la denostación constante con sus propias huestes por ambiciones personales o por comprobar que no se ejerce "dominación" sobre las personas, pero si un "poder", aunque absolutamente incompleto.
Es por ello que las próximas elecciones, previstas para 2024 y 2025 en nuestro país, debiesen ser reflejo de la emergencia de nuevos liderazgos, con discursos sólidos y propuestas serias. Las selfies, el egocentrismo, la visión corto placista, el personalismo así como el travestismo político (o dicho coloquialmente, "las vueltas de chaqueta en el discurso") dañan profundamente nuestra democracia y podrían ser el caldo de cultivo para una mayor preferencia de los ciudadanos por el establecimiento de regímenes autoritarios, que se presentan como la panacea. De hecho, los resultados de la encuesta del Centro de Estudios Públicos (CEP) publicadas en enero del presente año, indicaron que un 19% y 25% señalan que "en algunas circunstancias un gobierno autoritario puede ser preferible a uno democrático"; y que "a la gente como uno, le da lo mismo un régimen democrático como uno autoritario", respectivamente. Ambas opciones registraron un alza de entre 6 y 8 puntos respecto a la medición anterior. En contraste, se evidenció una caída de 12 puntos en la afirmación "la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno".