La educación ha resultado durante este último tiempo un tema que a diario está presente en la agenda nacional. El Mineduc tiene durante estos días un interesante Congreso con la participación del mayor número de agentes que participan en este importante proceso que sin duda, deja una huella profunda en toda persona.
Todo el mundo aspira a recibir una buena educación, no obstante, debemos considerar que el avance de la ciencia y la nueva visión de educar, nos señala que ésta empieza en el mismo momento de la gestación de un ser humano. Mientras más prematuramente empiece la estimulación en el vientre materno, el intelecto y el manejo de las emociones de ese ser, se desarrollarán más plenamente.
Un estudioso de la educación señala categóricamente, que cuando una persona avanza en su educación, en otras palabras, cuando camina hacia su plenitud humana, ocurren en forma inherente en él tres experiencias que, aunque no son separables, éstas serán, sin embargo, susceptibles de una clara distinción. Estas son; el ser educado, el educarse permanentemente y el educar a otros.
Nunca debemos olvidar que una gran responsabilidad del proceso de educación empieza en la primera escuela; el hogar y la familia. Sin embargo, sin desmerecer a nadie, no es una falacia admitir que no es un secreto para nadie, que la familia ha ido paulatina y desafortunadamente, perdiendo su rol educador y lo que resulta más grave aún, su inminente rol formador. Es en el seno íntimo de la familia, en donde se deben generar aquellos valores universales de formación, que han de acompañar a un niño o niña durante toda su vida.
A menudo se escucha que la tarea de educar se torna cada vez más compleja y desafiante. Quienes trabajamos en educación constatamos que esto es sin duda alguna una realidad tangible. Esto debido que distintos agentes del medio social, proponen modelos de vida apartados meridianamente de los temas valóricos primordiales y que juegan un papel fundamental en todo el proceso educativo.
La exacerbación de lo material, el exitismo fácil, la fatal inmediatez de la vida misma, el egocentrismo y cuantas tendencias que han marcado negativamente a esta "nueva sociedad", con mayor fuerza que nunca, están jugando en contra de la tan necesaria y urgente humanización, lo que genera una buena educación.
Afortunadamente, ante las graves crisis de la historia, el hombre ha demostrado fuerzas que le han permitido y le permitirán siempre con esperanza, superar incluso los momentos más difíciles que se presentan durante la vida. Con respecto a lo anterior, educarse bien, no es aprender a tener esperanza, sino aprender a vivir según la esperanza diaria, ahondarla y hacerla vida, compartirla y proclamarla.
El nuevo "alfabetismo", nos indica que estamos preparando generaciones para vivir experiencias quizás impensables aún, nos impone a todos los educadores a priorizar en un nuevo curriculum, orientar y formar buenos seres humanos en una sociedad cada vez más compleja en donde se debe, ante todo, reitero, humanizar la Escuela, para así enriquecer, no tan sólo el intelecto sino también el espíritu.
"El objetivo de la Educación es la virtud y el deseo de convertirse en un buen ciudadano". (Platón).
Memoria del hambre
Dicen que no hay peor sensación humana que tener hambre. El hambre que arranca del interior, como garra muerta o como fatal desenlace. El hambre mirándonos a los ojos, desnuda, sin espíritu de nada. ¿Para que se nos vino el hambre si ella solo trae tristeza y hasta odios? Recuerdo que una novela noruega, de más de cien años, "Hambre", de Knut Hamsun nos mostraba la irracionalidad de la mente humana pero, también la miseria, las carencias y la difícil situación de vivir el día a día. Sin embargo, nada nuevo bajo el sol porque la realidad, en nuestro país, por ejemplo, nos hace ver, también, la frágil y famélica institucionalidad que ni siquiera puede dar cuenta de tener las bocas de sus ciudadanos sentados frente a un plato.
¿Sabe usted lector o lectora cuántas personas al día en Chile no comen? Si relacionamos la pregunta con las personas que están cesantes, con aquellas que sueñan un mejor pasar durmiendo en las calles o con aquellos que mendigan, entonces, el panorama no es nada de halagüeño. Y en este invierno, con tantos otros inviernos dentro de los embates de la naturaleza y de la acción humana, se hace más difícil llegar a fin de mes porque simplemente no alcanza con lo que se obtiene de pecunio.
Ahora que vuelvo hacia el esfuerzo del trabajo duro, duro como el temblor de estos pobres días, veo que la fuga de precios es lo que nos ahoga. Precios de dolor, diría un vecino que conozco. Y donde la impaciencia nos llena el secreto de la nada que tenemos. Tanto que ni siquiera las papas podemos comer porque su valor se ha ido por las nubes. Es curioso que nadie diga nada cuando la bella espiga del pan y la flor de las papas, alimentos básicos en este territorio, son verdaderos acertijos para que la vida continúe. ¿Cómo hemos hecho de los precios altos una costumbre? Puede ser porque ya no miramos al otro en su huerto o en el dulce viento de ser persona. Hoy es al revés. Es solo luchar en el día a día volviendo cansados al final de la jornada con sueldos escuálidos o con monedas que se deben multiplicar como por magia para exprimirlos sin saber cómo frente a nuestros ojos.
Mientras tanto, por la prensa y por el boca a boca, nos esteramos que algunos seres, que nunca han sufrido, de seguro, hambre buscan llenarse, hasta el hartazgo con la danza de millones, dinero como una lluvia eterna, interminable, que les saborea ese amargo corazón; pero, que la sociedad o las autoridades, pareciera, no ven porque tenemos, de manera permanente, la luz insegura y las arterias sin pulso para mirar lo que todos debiéramos hacer. Si parafraseamos al poeta, diríamos que "el pájaro no ha venido a dar la luz" y, agregaría, que tampoco nos ayuda a mirar el pan de nuestro camino, ese aroma que todos necesitamos, para el descanso como para el sueño; para la gravedad de estar frente a una mesa más allá de la fatiga del cuerpo o del cansancio de las rodillas o de la espalda.
¡Cuánto nos falta como humanidad! Solo nos queda seguir insistiendo, seguir la sólida congregación de los deseos, tomar el vaivén de los días y abrirnos, engrandecidos o conmovidos, por lo universal de ser persona, nada de inmóviles, por supuesto, aunque se diga que ya no hay canto, pan, papas o buenas costumbres. Los brazos seguirán remando en el océano de un temblor que empuja y empuja a no dejarnos dormir sin saciar nuestra hambre oprimida.