Adiós, Octavio Báez. Dejas la esquina vacía
Por más de una década, la esquina de Prat y San Martín se transformó en una "pequeña y modesta sede de las letras". Arrimados a un vendedor ambulante de libros, calendarios y utensilios de greda, las plumas nóveles encontraban en Octavio Báez el consejo atinado, la recomendación justa y la opinión que se convertía en estímulo. Si bien es cierto que Octavio se reconocía como un escritor autodidacta, los años de circo, las ventas y publicaciones, le conferían la experiencia que los más jóvenes no tenían… Y siempre estuvo dispuesto a escucharlos.
Junto a Octavio, otros contertulios frecuentes, animaban el mediodía, hablaban de libros, novelas y escritos a granel. Hombres y mujeres hallaban allí, la orientación necesaria, la palabra justa y certera, sin ambages ni engaños.
Muchas veces el grupo era numeroso. Los libros quedaban ocultos detrás de quienes comentaban textos, compartían sus avatares, contaban sus fracasos o se jactaban de sus logros. Todo, estaba referido a los libros.
En ese improvisado mesón, había solo escritores locales y/o regionales. Nada de plumas foráneas, así fueran figuras de talla nacional o ganadores de un Nobel. Nombres poco conocidos, más de una "opera prima". Allí sobre esa mesa, compartían espacio las obras de avezados escritores locales y de quienes -tímidamente- ofrecen sus primeros trabajos literarios.
Hubo un tiempo en que Báez diversificó su negocio, ofreciendo videos musicales y otros servicios afines. La feroz competencia doblegó sus afanes y centró sus esfuerzos en los libros.
Pero las luchas estériles hicieron lo suyo.
"En cultura hay incultos, en educación hay mal educados y en justicia hay sinvergüenzas", dijo hastiado de tramitaciones, dificultades, postergaciones y negativas. Aburrido de portazos en la cara y de dilaciones, lateado de luchar contra los molinos de la burguesía y tramitaciones, el autodenominado "Juglar del Desierto", optó por una soga para abandonar este mundo.
A muchos ya nos duele la ausencia de Octavio Báez, que será infinita.
La esquina está vacía. Las letras locales lo lamentan, porque se ha perdido ese espacio que los congregaba. Ya no estará el hombre del palmazo de ánimo, del gesto afectuoso, de la motivación necesaria.
En verdad, sin Octavio, duele mucho más el ver la esquina vacía…
Jaime N. Alvarado. Profesor Normalista - Periodista