Eduardo Sacheri: "Estamos en el otoño de esa Argentina inquieta"
El autor de la novela en que se basó la cinta "El secreto de sus ojos" presentó en Chile "Nosotros dos en la tormenta", una relectura a la juventud y la violencia de los años 70.
Así como dice el refrán "el diablo habita en los detalles", los personajes del escritor y profesor de historia argentino, Eduardo Sacheri, muestran su fuerza en los claroscuros. Por ejemplo, un pasaje que el director de cine Juan José Campanella dejó intacto en "El secreto de sus ojos", basado en la novela "La pregunta de sus ojos" fue "por todo eso Morales recordaría para siempre que el 30 de mayo de 1968: Liliana tenía puesto el camisón verde agua, y se había recogido el pelo en un rodete sencillo del que escapaban algunas hebras de pelo castaño, y el sol que entraba oblicuo por la ventana de la cocina le daba en la mejilla izquierda y se la encendía y la volvía más hermosa", retrata el protagonista al viudo producto del crimen.
Sacheri continúa en esta línea a través de historias como "Ser feliz era esto" y "Todo cuanto amé" y hace unos días presentó en Chile "Nosotros dos en la tormenta", lanzada a mediados de año. De voz pausada y ronroneante, el escritor cuya historia ganó el Premio Oscar a Mejor Película Extranjera en 2010, esta vez delinea a las guerrillas juveniles argentinas, porque "me gusta aterrizar con mis novelas en distintos momentos de la historia reciente, ubicar a mis personajes en su contexto y, en general, no me gusta aterrizar en momentos ya muy recorridos, muy transitados por muchas novelas, por muchas películas: siento que no tengo mucho que agregar. Este período, del gobierno de Isabel Perón, es decir, antes de los militares, un periodo muy turbulento, violento, donde las guerrillas son un actor muy importante y muy fugaz al mismo tiempo, a diferencia de la FARC, en Colombia, o Sendero Luminoso, en Perú".
-Quizás ellos tenían mayor preparación y no eran sólo universitarios.
-Es que son eso: jóvenes universitarios lanzados a una aventura militar, muy poco preparados, salvo algunos que recibieron algún entrenamiento en Cuba. En la novela hay un personaje que lo muestra. Fue un fenómeno muy intenso, improvisado y coherente al mismo tiempo con los sacrificios que decían estar dispuestos a hacer y lo que hicieron, en ese sentido no hubo hipocresía, tal vez sólo de algunos líderes. Al ser comparados con fenómenos políticos recientes, donde uno ve una gran distancia entre lo que se proclama y lo que se protagoniza de verdad, es algo que me parece muy honesto, más allá de si uno coincide con estos jóvenes en sus diagnósticos de los problemas sociales, metodologías, búsquedas con las que a lo mejor no coincido.
-¿Cómo lo ha recibido la crítica, los estudiantes a quienes usted les hace clases de historia?
-Sigo haciendo clases a secundarios, chiquilines de 16 años. La universidad hace tiempo que la dejé y, por suerte, me voy encontrando con lectores que ven la novela desde perspectivas totalmente diferentes, y me gusta. Sólo tenía miedo que la historia le gustara sólo a quienes tienen una mirada empática y positiva sobre las guerrillas, o a la inversa, que no se transformara en un panfleto para exaltarlos ni para denigrarlos: por suerte eso no está sucediendo. Me importaba mucho que la novela fuera un artefacto transitable desde distintas identidades políticas y tradiciones.
-Que la literatura hable.
-Y que te hable desde tu propio idioma, sea cual sea. Me molesta cuando siento que una novela es sobre todo una proclama, un discurso moral del cual se me quiere convencer: eso me fastidia.
-Algo que está de moda en el mundo editorial.
-Una cosa es si voy a leer un ensayo, donde está tu posición sobre un tema, sí, ya sé. Ahora, voy a una supuesta historia inventada y al leer voy viendo que se espera de mí tal toma de posición… Ahhh, me fastidia profundamente. Entonces me preocupaba mucho que, más allá de mi voluntad de que no sucediera, pasara de todos modos. A veces uno no maneja. La precaución que intenté tomar, pero que también podía fracasar, fue generar muchos de vista: el de los dos guerrilleros protagonistas, el padre de uno de ellos, que tiene una mirada amorosa y, al mismo tiempo, recontra crítica; sus compañeros, víctimas, un profesor de la universidad y su hija, un policía de guardia en la casa de un coronel… Pensaba, al tener esa posibilidad, que cada uno recorra (el libro) y se quede pensando, pero yo no soy quién para decirle qué tiene que pensar, o qué.
-Escogió hacer clases a liceanos en lugar de universitarios, cuando con estos últimos quizás es más fácil, dicta su cátedra y listo.
-Durante mucho tiempo di clases en ambos niveles. Con los chicos sí, hay que tener mucha paciencia (ríe), pero, al mismo tiempo, muchos de ellos no van a seguir estudiando o seguirán una carrera sin clases de historia. Con la adolescencia pasa lo mismo que con la literatura: si pienso en qué libros me marcaron, los que leí en la adolescencia. Aunque tal vez haya leído enormes libros siendo más adulto, ya mi piel está más curtida, ya no penetra tanto, el impacto es menor. Creo que en todos los ámbitos nos pasa eso, por ello es tan delicada la educación secundaria, donde uno tiene que ser súper cuidadoso, muy respetuoso, amplio, estar súper bien preparado y, por lo menos en Argentina, se piensa que no, que la mejor formación debe darse en la universidad. Desde un punto, sí, pero hay otros en que no. Los mejores profesores tienen que estar en los colegios.
-Lo lindo de Argentina es que los taxistas conocen a Julio Cortázar ("Rayuela").
-A veces (ríe). Creo que es una bella inercia que todavía nos sostiene, pero estamos en el otoño de esa Argentina pujante, inquieta intelectualmente, educada, porque pasa que los cambios culturales son lentos, entonces aún es como que abrimos el cofre de la abuelita y quedan un par de joyas, las llevamos a la casa de empeño, es lo último, aunque todavía está el fondo del cofrecito, pero queda poco..
Sacheri cuenta que disfruta hacer clases a estudiantes secundarios.