Los elogios que ha recibido Chile por su impecable organización de los Juegos Panamericanos Santiago 2023 han suscitado un debate emocionante: ¿debería Chile postularse para la organización de los Juegos Olímpicos de 2036?

Al principio, esta idea podría parecer descabellada o incluso un mero producto del orgullo nacional, pero la realidad es que Chile ha demostrado su capacidad para organizar eventos deportivos de gran envergadura de manera sobresaliente. La alta asistencia de público a los estadios y las instalaciones deportivas llenas reflejan una nación apasionada por el deporte y con la infraestructura necesaria para albergar un evento de tal magnitud.

Uno de los factores cruciales para considerar una postulación a los Juegos Olímpicos es la infraestructura. Lo que dejará los Panam puede ser perfectamente la base para construir lo que falte con miras a esta posible cita mundial.

Habrá 13 años para sumar tecnología y recintos no solo los deportivos, también los que circundan a la actividad como la hotelería para los visitantes que lleguen al país.

Uno de los objetivos fundamentales del Comité Olímpico Internacional (COI) es fomentar la actividad deportiva a nivel global. La alta asistencia de público en los eventos deportivos en Santiago 2023 demuestra que Chile cuenta con el público ideal para cumplir con este propósito del COI. Los chilenos han demostrado su pasión por el deporte y su compromiso con el espíritu olímpico.

Si Chile decide postularse y es elegido para albergar los Juegos Olímpicos de 2036, podría estar ante la oportunidad de organizar uno de los mejores eventos deportivos en la historia del deporte mundial. La nación no solo demostrará su capacidad organizativa, sino que también contribuirá al legado olímpico al inspirar a generaciones futuras a participar en actividades deportivas.

En estos días de convulsión en que las zonas de Oriente Medio despiertan en cólera funesta y los gases se entremezclan, en ese lugar, con las bombas concertando solo el caos de muerte y destrucción, me pregunto qué diría el poeta Andrés Sabella al oír nombrar las tierras de sus ancestros en semejante tragedia. Más allá de la distancia del tiempo y con todo el trabajo imaginativo del poeta, es seguro que estaría levantando su escritura por encima de todo acto deleznable y contrario a las respuestas soberbias de los poderosos porque ya sabemos que este tiempo, del nuevo milenio, nos está arrojando a los abismos, a la contradicción de vivir hundidos o, simplemente, desaparecer en ese "conjuro de las sombras".

Si las personas son lo que a sus palabras entregan, el poeta Sabella estaría como un profundo cateador observando esta realidad que parte el alma y los huesos. La aplastante realidad que agudiza la violencia en Gaza, una zona llena de significados espirituales y religiosos y que nos deja, ahora, paralogizados al conocer noticias, observar las desgarradoras imágenes y el drama de niños y enfermos de los hospitales. Con el misterio de su propio origen oriental y llevado por la búsqueda de esa vigilante verdad, Sabella escribió respecto de su padre con desgarradora perspectiva incorporando las imágenes de la Palestina antigua: "Y así fue: mi padre abandonó las murallas diez veces santas y diez veces viejas de Jerusalén, entibiado por la faja colorada. Y viajó opreso por su blanda caricia que le renombraba la presión amorosa de los brazos de su madre…"

Ese objeto mágico, la faja colorada, "un objeto tan sutil, maravilloso y sugestivo" hizo que el poeta Sabella nos ofreciera, con los años, un relato donde el ser emigrante, con la errancia eterna, sea una metáfora también del estar siempre despojado. Cuánta sensación de abandono y de oprobio deben sentir aquellas personas que tienen el misterio del origen humano, en su sangre, confundidos, hoy, con la paradoja de vivir, en pleno conflicto, y no saber si continuarán existiendo. Están, de seguro, fatigados y estremecidos de un tiempo de guerra. Un tiempo absurdo y perverso que sacude toda esperanza reflexiva. El territorio milenario se convirtió en un polvorín cuyo predecible resultado son tragedias por doquier y destrucción. Es un lugar donde se insiste que no hay alternativas o soluciones ya que la amenaza es continuar con un enloquecimiento devorador, en desmedro de las propias culturas del territorio, que se colocan ante el horror y el exterminio del otro, sin comprender ese cruel espejismo de la sangre.

Mientras tanto, más allá de toda la poesía sabelliana, los bombardeos se extienden y son continuos hacia niños, hombres, mujeres, ancianos y jóvenes. Cada hora que pasa oscurece el aire y las nubes de fuego agujerean aún más las desgracias. La zona que ha sido pretendida desde épocas antiquísimas es una zona que abarca diversos países y pueblos: Jordania, Egipto, Cisjordania, Gaza, Israel, un sector de Siria, el Líbano. Allá lejos, mientras se desploma la vida, la miseria se expandirá en esos pueblos y comunidades que solo saben de desdichas y los heridos y muertos quedarán como reguero de pólvora, confundidos con las grietas sucias de la persecución, lejos del sueño de salir a navegar en barca o de seguir conversando afables junto a una copa, sin necesidad de huir abrazados a su historia; aunque nadie sabe, con certeza, lo que sucederá mañana cuando se abra la trampa del camino. Nadie.