En el mundo se ha convertido en un mosaico de destinos interconectados, donde cada rincón puede ser explorado con solo un click o un vuelo. En este panorama globalizado, la industria del turismo y la hospitalidad emerge no solo como una fuente de disfrute para los viajeros, sino también como un pilar económico vital para muchos países. Según la Organización Mundial del Turismo, en 2019, el turismo internacional generó ingresos cercanos a los $1,5 billones de dólares a nivel global.
En el corazón de Sudamérica, Chile despliega un abanico de paisajes que van desde el Desierto de Atacama hasta los glaciares patagónicos, atrayendo a millones cada año. Sin embargo, más allá de su rica geografía, la formación y capacitación de profesionales en turismo y hospitalidad pueden ser el verdadero diferenciador para potenciar el impacto económico y social de esta industria en el país.
Si miramos a Europa, encontramos ejemplos reveladores. España, que recibió más de 83 millones de turistas en 2019, ha capitalizado su riqueza patrimonial y natural gracias a una fuerte formación académica y profesional en turismo. Esta educación no solo ha impulsado la calidad de los servicios ofrecidos, sino que también ha permitido diversificar la oferta, adaptándola a las demandas cambiantes del turista contemporáneo.
En Chile, la diversificación es precisamente una de las oportunidades más grandes. Si bien lugares icónicos como Torres del Paine o Valparaíso reciben la mayor parte de la atención, hay innumerables destinos menos conocidos que, con una promoción adecuada y una gestión profesional, pueden convertirse en joyas para el turismo nacional e internacional.
Pero el turismo no es solo una cuestión de números o de paisajes. La sostenibilidad y el respeto por el patrimonio son vitales. Aquí nuevamente, la formación juega un papel crucial. Según estudios de la OMT, hay una tendencia creciente hacia el turismo sostenible, con un 73% de los turistas globales prefiriendo opciones que respeten el entorno y las comunidades locales. Esta cifra nos indica que no se trata solo de atraer visitantes, sino de hacerlo de manera responsable y sostenible.
Además, una industria turística robusta tiene el potencial de generar empleo en diversas áreas, desde guías turísticos hasta expertos en marketing digital. Solo en 2018, la industria turística chilena empleó a aproximadamente 400 mil personas. Estos empleos, directos e indirectos, pueden ser una solución a desafíos socioeconómicos en zonas más alejadas de los grandes centros urbanos.
El camino hacia un turismo próspero y sostenible en Chile es claro: apostar por la formación y capacitación de sus profesionales. La inversión en educación y en fortalecer la industria no solo traerá beneficios económicos directos, sino que también ayudará a preservar y valorar el patrimonio natural y cultural del país, ofreciendo experiencias auténticas y enriquecedoras para todos los visitantes.