La ciudad de Antofagasta, en su borde costero, cercano al muelle Melbourne Clark y barrio histórico, y en los alrededores del Terminal Pesquero, tiene a un grupo de personas que con esfuerzo y dedicación han organizado un entorno que merece, en este tiempo, un urgente resguardo, verdadera preocupación y atención concreta por parte de sus autoridades comunales. A muchos caminantes nos gusta ir en búsqueda por un objeto especial, observar fichas de oficinas salitreras, reparar por monedas curiosas de algún país lejano; manipular algún teléfono de los años 50; o bien, hojear revistas "Estadio", donde figuraba el equipo de Antofagasta Portuario y disfrutar, a la vez, del sector que ofrece también productos marinos y comida tradicional.
Sin duda, la ciudad necesita de ese tipo de mercado, de aquel que se dedica a cuidar, preservar y ofrecer distintas piezas que tienen una historia y un encanto especial porque no es solo por un tema de recomendación, de fans o por un ámbito decorativo; sino, porque las personas que están allí se encuentran realizando una labor cultural y educativa que entremezcla el ritual, el cuidado por ciertos objetos que tienen su historia, origen o rareza. Pero, también, porque allí se expone un espacio único, desde hace años, con diálogos y conversaciones incluidas, y donde, a veces, la noción del tiempo es el tiempo de recordar, de volver a pasar por el mismo anhelo del detalle, de un trozo de nuestra historia que merece tener una parada o un espacio de "viejo encanto".
Sin embargo, ¿cómo podemos convertirnos en una parada amable, de encanto, a nivel turístico, educativo, o de paseo histórico, sino existe un plan comunal para hacer sentir en nuestro "mercado de antigüedades" un ambiente abierto, curioso, limpio y seguro? El asunto es que las mismas personas que abren sus puestos, pintados de rojo, tienen que reparar, muchas veces, lo que se intenta destruir por las noches…y recoger las basuras y las mugres de personas, sin escrúpulos, que hacen y deshacen en el sector, en horarios en que los puestos se recogen. Entonces, ¿por qué alguien con interés por las antigüedades no podría tener su pequeño espacio en un lugar de entorno seguro y limpio aportando a la ciudad con la variedad de artículos que puede ofrecer? O ¿por qué no podría existir algún incentivo para que alguien apoye un espacio cultural digno en explanadas como el Museo Regional o la misma Casa Gibbs siguiendo el ejemplo de grandes ciudades?
Resulta difícil imaginar un emplazamiento más directo y perfecto para presentar libros, revistas, objetos de loza, cámaras fotográficas, fichas, billetes, monedas, artesanías variadas, entre otros objetos, que el lugar del terminal pesquero ya porque existe una historia del lugar; de algunas décadas; ya porque las personas que allí trabajan, al aire libre, casi, asumen una práctica de probar y descubrir objetos en el afán de la curiosidad y la búsqueda de alguna reliquia para sorprender o alegrar al paseante coleccionista. Es sin duda una gran oportunidad, ahora, para que las autoridades municipales y de los órganos centrales, representados en la región, busquen un momento de diálogo con las personas que allí trabajan, se acerquen a saludarlos y conversen acerca de lo que significa este lugar que se recomienda no perdérselo. Así como en otros lugares, ya sea de Asia o de Europa, los mercados de antigüedades tienen su encanto y el apoyo completo de las autoridades para aquellos que ofrecen cultura, recomiendo constituir un verdadero entorno, ojalá excepcional, primero, conociendo a cada una de las personas que trabajan allí y teniendo el ojo paciente para reconocer que la labor es de oro, mezclada con diálogos y emociones por la historia de los objetos, en tiempos en que todo se concentra en otras materias que no quiero mencionar.