"El rostro de la pobreza ha cambiado"
"Tras jubilarme después de 48 años de servicio, decidí seguir el legado del padre Hurtado y dedicar mi vida al servicio de Dios", comenta Sergio Petricio, una figura clave en la expansión y consolidación del Hogar de Cristo en Antofagasta. Esta es la historia de un esfuerzo colectivo que, con el tiempo, se convirtió en un faro de esperanza para los más vulnerables.
Sergio Petricio (96) nació y creció en Antofagasta. Tras jubilarse de Poderco, donde trabajó durante 48 años, decidió dedicar su vida al servicio de la comunidad. Fue presidente de la Sociedad Yugoslava de Socorro Mutuo, socio vitalicio del Club de Leones durante 30 años. Y, como si fuera poco, recibió el reconocimiento de la Municipalidad de Antofagasta como ciudadano ilustre. "Después de jubilar, me quedaban dos caminos: seguir trabajando en la industria o dedicarme al voluntariado, y decidí responder al llamado del padre Hurtado de servir a Dios", explica Sergio con una calidez que refleja su profundo compromiso.
¿Cuándo llegó ese llamado?
-En 1990, me uní respondiendo al llamado del padre Hurtado. Participé activamente en la captación de socios cooperadores y organizamos cobranzas a domicilio. Organizábamos eventos como la Cena Pan y Vino y trabajamos en varios proyectos, como el Jardín Infantil en la Población Oriente, el Hogar de Niñas, el Comedor Solidario en La Chimba. También apoyamos el Hogar de Enfermos Terminales.
¿Cómo fue esa experiencia?
-Fue una obra muy buena, pero también muy difícil. El padre Abraham, que era el capellán en esa época, nos sugirió cerrar porque la responsabilidad de atender enfermos terminales era muy grande para nosotros, y no teníamos los recursos suficientes. Aunque contábamos con enfermeros especializados y un cuerpo de voluntarias maravilloso, era demasiado para nosotros. Como se suele decir, "nos quedó muy grande el poncho". Fue una decisión muy dolorosa, pero creo que hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance para darles una vida digna en sus últimos años.
Sergio también destaca el apoyo incondicional de su esposa, Norma Veliz, quien siempre fue su compañera en esta labor social. Sus ojos brillan: "Mi esposa fue una gran inspiración para mí. Ella dedicó su tiempo a trabajar como voluntaria en varios de nuestros proyectos, especialmente con los enfermos terminales y los niños del hogar. Su compromiso y amor por ayudar a los demás fueron fundamentales para que pudiéramos avanzar. Ella fue mi compañera no solo en la vida, sino también en esta misión de servicio". La pérdida de su esposa hace unos años dejó un vacío inmenso, pero también una profunda gratitud por todo lo que lograron juntos. "Ella fue una pieza fundamental en nuestra labor, y muchas de las cosas que hicimos no hubieran sido posibles sin su dedicación".
¿Cuál fue el momento más importante que vivieron juntos en el Hogar de Cristo?
-Sin duda, la apertura del Jardín Infantil en la Población Oriente. Era un proyecto ambicioso; queríamos ofrecer un espacio seguro y educativo para los niños de familias vulnerables, y lo logramos gracias a la confianza y apoyo de muchas personas. Otro momento inolvidable fue la fundación del centro de acogida para niñas en situación de calle. Sabíamos que había muchas niñas en situación vulnerable que necesitaban apoyo, y logramos crear un lugar donde se sintieran seguras y pudieran recibir educación. Verlas crecer y convertirse en mujeres fuertes y preparadas fue una de nuestras mayores alegrías.
Otro proyecto importante fue el Comedor Comunitario en La Chimba, donde trabajaron junto al arzobispado de Antofagasta. "Formamos un comedor muy bien montado, con el apoyo de la comunidad y de la minería. Incluso logramos obtener dos hectáreas de terreno para expandir la obra. Ahí también se estableció una escuela primaria y una capilla, que fue trasladada desde Santiago. Fue una obra maravillosa, y ver cómo creció con el apoyo de todos en esa época fue algo increíble".
Inmigración
¿Qué le diría a las nuevas generaciones sobre ser voluntario?
-Les diría que esto no es solo trabajo voluntario, es una manera de vivir la vida. Es un compromiso constante con los que más necesitan. No se trata solo de dar cosas materiales, sino de estar presentes, escuchar, compartir. Cuando veo lo que hemos logrado, siento orgullo, pero también veo todo lo que queda por hacer. La pobreza ha cambiado, pero sigue estando. Todavía hay mucho por hacer y debemos ser persistentes. Les diría también que no tengan miedo de comprometerse, que las recompensas no siempre son materiales, pero son inmensamente valiosas.
¿Ha cambiado la pobreza a lo largo de los años?
-El problema de la inmigración ha traído a mucha gente pobre de distintos países, y si uno mira los cerros de Antofagasta, están llenos de poblaciones callampa. La gente vive en condiciones muy precarias, y es algo terrible. A pesar de que Antofagasta tuvo en algún momento uno de los ingresos per cápita más altos de Chile, gracias a la minería, la pobreza persiste.
Sergio reflexiona sobre los cambios que ha visto a lo largo de los años. "El rostro de la pobreza ha cambiado. Ahora vemos más familias inmigrantes que llegan buscando oportunidades y que terminan viviendo en condiciones muy difíciles. La misión del Hogar de Cristo y el llamado de Alberto Hurtado siguen siendo el mismo: ayudar a quienes más lo necesitan, sin importar su origen. Pero los desafíos han cambiado, y es importante que sigamos adaptándonos para poder brindar el apoyo adecuado".
¿Qué habría sido de Chile sin el padre Hurtado?
-Es una pregunta difícil, pero sin duda algo importante le habría faltado a Chile. Él inspiró a sacerdotes y laicos a seguir su ejemplo y a no dejar de lado a los más necesitados. La labor del padre Hurtado nos mostró un camino, y aunque el materialismo y la indiferencia hayan crecido, su legado sigue vivo en el Hogar de Cristo.
¿Qué queda después de 30 años de voluntariado?
-He aprendido sobre resiliencia, sobre la capacidad del ser humano de levantarse una y otra vez a pesar de todo. Ser parte de esto me ha hecho una mejor persona, y me ha dado un propósito que va más allá de cualquier logro personal. Puedo decir con certeza que, aunque haya sido difícil, cada sacrificio valió la pena. Cada sonrisa que vimos con mi esposa al entregar una ayuda o recibir a alguien en nuestro hogar fue un recordatorio de por qué dimos parte de nuestra vida por los demás.