Según el Código Civil, las playas son bienes nacionales de uso público o bienes públicos, lo que significa que el dominio y su uso pertenecen a todos los habitantes de la nación, pero también debe ser cuidadas, como cualquier entorno natural. Por lo tanto, no existen las playas privadas en ninguna región de nuestro país, pero las conductas inapropiadas son sancionadas.

Para ello hay que considerar que según el artículo 594 del Código Civil, se entiende por playa del mar la extensión de tierra que las olas bañan y desocupan alternativamente hasta donde llegan las más altas mareas. Esta definición no sólo se aplica a las playas ubicadas junto al mar, sino también a las riberas de lagos y ríos, que son considerados bienes nacionales de uso público y, por tanto, pertenecientes a todos los habitantes de la nación.

Junto a consagrar el derecho al acceso, la ley es precisa en definir que si una persona quiere ir a una playa con fines turísticos o de pesca, y no existen vías o caminos públicos para poder llegar a ella, los dueños de los terrenos deben facilitar su acceso de forma gratuita.

En el caso de hoteles con acceso a playas, también deben habilitar un paso para que todos puedan acceder, pero no significa que se pueda entrar a cualquier dependencia del hotel, ya que el recinto puede negar el paso a sectores de propiedad privada o de uso exclusivo.

Por último, la ley también establece la aplicación de una multa para la persona que ensucie o deje basura o desechos de cualquier índole en playas, riberas de ríos o de lagos, ya que el acceso habilitado no significa que los visitantes queden exentos de cumplir con el manejo mínimo de una zona natural.

Hay un elenco importante de palabras del español que provocan en algunos de nosotros un cierto malestar estético; por ejemplo: los términos gobernanza y politólogo, que entre otras expresiones, en mi opinión, juegan en contra de la elegancia de los relatos, aunque es cierta la paremia que "sobre gustos no hay nada escrito". No obstante, estas piezas lingüísticas difícilmente podrían ingresar en la ruta del lenguaje bien cuidado y vestido como en la poesía o la literatura, ya que gobernanza y politólogo son unos artefactos casposos y rústicos, sacados de una caja de herramientas que cumplen una función adecuada para efectos de un lenguaje de política instrumental, del día a día, de la cuña política y de los(as) expertos(as) en "ciencias" políticas. Quizás esas mismas palabras al no tener un lugar en la poesía podrían tenerlo en la anti-poesía.

Autores como Lope de Vega, Gaspar María de Nava Álvarez y Francisco de Quevedo usaron la palabra gobernar en los poemas "Desata el capirote y las pigüelas, "A un deseo vano" y "Parnaso español 30" respectivamente, pero no el adefesio de gobernanza que abunda tanto en el discurso de los políticos actuales como en el de los comentaristas políticos de retórica plebeya. Ciertamente que en tiempos de los poetas mencionados, la expresión gobernanza no había sido traducida al español el neologismo inglés governance que ha sido incorporado hace pocos años por la ONU y la Unión Europea en sus discursos. La ONU, una vez más dictando el camino a seguir, esta vez con las palabras para orientar a las masas con una inyección de semántica directa a la carne y al hueso.

Pero los términos espanto y horror son expresiones que enriquecen la poesía, la prosa y el lenguaje culto, sin duda alguna. La palabra espanto no es estéticamente espantosa como la palabra gobernanza que sale a la fuerza de nuestra lengua española acorralada en estos tiempos por el lenguaje inclusivo que deforma y lo aleja de la nobleza del español. Tampoco la palabra horror es horrorosa, pero sí la palabra politólogo que suena casi como un fino improperio pronunciado en un salón.

Lo anterior son las debilidades y fortalezas del lenguaje que es dinámico, vivo y que opera de acuerdo a los requerimientos de los hablantes en tiempo propio. Y es en esa dirección que hoy están de moda algunos términos que no siendo promotores de la fealdad son usados con una moderada obsesión por políticos y comentaristas de los asuntos del mismo orden como las palabras "territorios", "visibilidad" "generar" y "empatía", entre otras prendas lingüísticas con las que se visten los relatos contemporáneos y donde éstas cumplen el rol de bisagras que articulan los contenidos comunicados por los emisores.

Otro asunto es la expresión [Quechua-Aymara] "Jallalla" de cuya "existencia" me enteré en una columna de opinión escrita por el gobernador regional en este Diario, a propósito de los deseos de "esperanza" y "bienaventuranza" para la región de Antofagasta que la autoridad deslizó en su escrito como señal, al parecer, de integración regional. Sin embargo, "Jallalla" es una exclamación ajena para quienes nos sentimos distantes de unos pueblos que tienen una cultura y mantienen sus tradiciones diferentes a las del pensamiento, el conocimiento y el lenguaje con raíces euro-occidentales. Aunque -como el lenguaje es dinámico y pragmático- es probable que en nuestra habla regional la exclamación a viva voz de "Jallalla" la comiencen a usar al inicio de una nueva empresa o un proyecto, aunque la expresión no coordine con nuestros parámetros estéticos ni conductuales y por lo mismo nos parezca a algunos de nosotros ajena.