Conocido es el interés de nuestro país, por potenciar el Corredor Bioceánico. Desde hace décadas se ha venido construyendo la idea de materializar una ruta que conecte el Pacífico con el Atlántico y beneficie toda el área de influencia, haciendo más eficientes y competitivos los trayectos de mercancías para el comercio internacional.
Más allá de un pavimento mejorado y los puentes faltantes, conviene entender que el corredor se asimila más a una red que a un elemento único y, por lo tanto, abre opciones para la creación de un sistema logístico interregional: un nuevo soporte de infraestructuras y servicios.
Aparentemente, esa tarea macroeconómica es la relevante, pero también lo es la consecutiva oportunidad de sustentabilidad para las ciudades dentro del área de influencia. En la Región de Antofagasta, el paso Jama y Calama se tornan el tronco principal de entrada hacia los puertos del sur de Tarapacá, Tocopilla, Mejillones y Antofagasta, facilitando la creación de un puerto terrestre que coordine la entrada, salida y el valor agregado de las mercancías en desplazamiento.
Más aún, después de Chancay en Perú y con la nueva implantación de aranceles, Chile desafía mantener sus ventajas competitivas en el continente, que en el reordenamiento logren potenciar sus capacidades presentes y futuras, considerando un potencial minero-energético excepcional, multimodal en terminales marítimas, vías y trenes.
Y si sumamos además los desafíos del cambio climático respecto a las nuevas energías, el agua y el habitar más sustentable, equilibrado con el resguardo del medioambiente, se nos presenta una innovadora posibilidad de ordenamiento: la creación de plataformas logísticas bien definidas desde la vialidad pública y concesionada, equidistantes al sistema portuario, considerando el ya existente formato público privado para la infraestructura conectora y donde existen solo algunas zonas disponibles con altísimo potencial.
Surge entonces un beneficio en cadena, ya que como primeros usuarios de estas plataformas de servicios podrían reubicarse gran parte de las industrias que hoy ocupan sectores centrales de las ciudades, donde destacan obsoletos los barrios industriales de Antofagasta, Mejillones y Tocopilla.
Con ello se distribuyen y hacen compatibles las oportunidades a lo largo del territorio - evitando la proliferación desordenada e incompleta de industrias sin la mínima urbanización e ineficientes-, con el fin de que exista un ordenamiento como incentivo de reconversión.
Así, un corredor bien equipado, "fuera de la ciudad" puede permitir una transformación urbana notable que aporte a la integración social y a resolver el déficit de viviendas integradas, que evitan la periferia disminuyendo los tiempos de traslado para sus habitantes.
Un corredor 2.0 bien planificado en sus trazados y equipamientos correctamente emplazados puede entregar insospechados beneficios, desde dar valor agregado a la carga, diversificar la economía hasta regenerar nuestras comunas, en la búsqueda inseparable de la productividad, la habitabilidad y la sustentabilidad.