"La pampa me enseñó el valor profundo de la vida en comunidad: ser amable y siempre solidario"
En medio del desierto más árido del mundo, creció una comunidad que hoy vive en los recuerdos de quienes tuvieron el privilegio de habitarla.
En esta conversación, la pampina Jeannette Saavedra Bugueño -que nació y vivió en la oficina salitrera Pedro de Valdivia- habla sobre cómo la pampa marcó su vida para siempre.
Esta comunicadora radial no olvida sus orígenes, porque comprendió ahí que la dureza del territorio tenía otros componentes que dejarían huella en su formación.
"Nací y me malcrié, con todo el cariño que eso implica, en la oficina salitrera Pedro de Valdivia", manifestó con una sonrisa. A lo largo de sus palabras, revela el profundo amor por ese rincón del norte chileno.
Crecer allí fue un regalo que sólo el tiempo me ha permitido valorar en toda su magnitud. Era un pedazo de mundo en medio del desierto, rodeado de silencio y viento, pero lleno de voces cálidas, de gente que venía desde todos los rincones de Chile, cargando historias humildes y corazones gigantes.
La describe como una comunidad que florecía en la adversidad. "Vivíamos en medio de la 'nada'. Sí… pero esa nada estaba llena de todo: solidaridad, juegos en la calle, de puertas siempre abiertas y de una comunidad muy afectuosa y alegre", comentó.
"Pedro de Valdivia no fue solo su hogar de infancia, fue también su escuela emocional y moral. Fue el lugar que me enseñó la generosidad, la resiliencia, el valor de la amistad y el arte de encontrar belleza hasta en lo más árido", enfatizó Jeannette Saavedra.
-¿Qué experiencias marcaron su paso por la pampa?
-Cada vivencia en la pampa quedó grabada con un sello único. La vida en Pedro de Valdivia no se dividía en lo individual y lo colectivo, todo era comunidad. Las familias eran redes de apoyo. Se compartía lo cotidiano, los problemas y las celebraciones. La pampa me marcó no solo por lo que viví, sino por cómo lo viví.
-¿Vivir en la salitrera forjó su carácter?
-Vi a mi padre trabajar duramente, enfrentando el crudo sol del día y el frío extremo de la noche. Su esfuerzo constante y silencioso se transformó en un valor que me acompaña hasta hoy. La distancia de las grandes ciudades también dejó una enseñanza. Nos obligó a inventar lo nuestro: nuestra forma de entretenernos, de convivir, de celebrar y de resistir. Éramos niños con una libertad inmensa, pero también con una conciencia muy temprana del esfuerzo, de la solidaridad y de la importancia de cuidarnos entre todos.
-¿Qué recuerdos tiene de esos años?
-Recuerdo días enteros recorriendo mi pueblo en bicicleta. Jugábamos sin horarios por sus calles, escalábamos los cerros de ripio y los bajábamos en 'carros' improvisados. A veces, simplemente nos quedábamos en la cima, en silencio, mirando los atardeceres que teñían la pampa de colores increíbles.
-¿Qué lugares característicos están hasta ahora en sus pensamientos?
-La plaza principal era el corazón del pueblo, donde todo confluía. El auditorio era el escenario de festivales que llenaban de música y alegría las noches. La piscina, frente al hospital, era mi refugio favorito para combatir el calor. Y cómo olvidar los completos del Carliño… Todavía puedo saborear ese pan crujiente, ese sabor inconfundible que marcó tantas tardes de infancia.
-¿Algún pampino fue un ejemplo para ti?
-Sí, Hernán Rivera Letelier. Su forma de retratar la vida en la pampa, con realismo, humor y poesía, me hizo sentir que nuestras historias también merecían ser contadas. Gracias a él, muchos volvimos a caminar por esas calles de tierra y a revivir la esencia de lo que fuimos.
¿Qué le enseñó la pampa con su dureza?
-La pampa me enseñó el valor profundo de la vida en comunidad: ser amable, solidario, estar siempre dispuesto a tender la mano al otro. Aprendimos a cuidarnos, a compartir, a transformar ese entorno árido en un hogar cálido y lleno de humanidad. En la pampa entendí que el verdadero refugio no lo dan las murallas, ni la modernidad, sino las personas.
¿Qué le gustaría contarle al mundo sobre su terruño?
-Que no importa cuán aislado estés ni cuántos recursos tengas. Cuando estás rodeado de personas buenas, generosas y llenas de belleza interior, cualquier lugar, incluso el corazón del desierto, se convierte en el lugar perfecto para crecer, soñar y ser feliz. Porque la verdadera riqueza está en la calidad humana, en la calidez de quienes te rodean. Y eso la hizo, y la seguirá haciendo, un lugar profundamente especial.
Jeannette Saavedra Bugueño: